In LSD Veritas -
Benvinguts al meu racó.
Todo está sujeto a interpretaciones, por lo tanto la realidad es subjetiva y las formas de pensar y vivir son caóticas y conflictivas. El pensamiento enmascara a menudo la verdad de los hechos. La realidad ya no puede ser objetiva. Todo pasa por el filtro del pensamiento y el individuo deja de observar los hechos tal como son.
jueves, 25 de septiembre de 2014
Apuntes sobre la élite de poder.
Extracto de "El talón de hierro" de Jack London;
Me decís que sueño. Perfectamente, voy a exponeros las matemáticas de mi sueño. Os desafío de antemano a demostrarme la falsedad de mis cálculos. Voy a desarrollar el proceso fatal del desmoronamiento del sistema capitalista y a deducir matemáticamente la causa de su caída. Veamos, y tened paciencia sí me salgo un poco del tema al comienzo.
Examínenos primero los procedimientos de una industria cualquiera, y no vaciléis en interrumpirme si digo algo que no podáis admitir. Tomemos, por ejemplo, una manufactura de calzado. Esta fábrica compra cuero y lo transforma en zapatos. Tenemos aquí cuero por valor de cien dólares, que pasa por la fábrica y sale de ella en forma de calzado por valor de doscientos, digamos. ¿Qué ha ocurrido? Que un valor de cien dólares ha sido agregado al del cuero. ¿Cómo ha sido eso?
Es que el capital y el trabajo han aumentado este valor. El capital ha conseguido la fábrica y las máquinas y ha pagado los gastos. La mano de obra proporcionó el trabajo. El esfuerzo combinado del capital y del trabajo ha incorporado un valor de cien dólares a la mercadería. ¿Estamos de acuerdo?
Las cabezas se inclinaron afirmativamente.
—Habiendo logrado esos cien dólares, el capital y el trabajo se disponen a proceder al reparto. Las estadísticas de las particiones de ese género contienen muchas fracciones, pero aquí, para mayor comodidad, nos conformaremos con una aproximación poco rigurosa, admitiendo que el capital toma una parte de cincuenta dólares y el trabajo una suma equivalente. No vamos a pelearnos por esta repartija; cualesquiera que sean los regateos, siempre se llega a una u otra cuota. Y no olvidéis que lo que digo de una industria es aplicable a todas. ¿Nos hemos puesto de acuerdo?[60].
Los invitados manifestaron su conformidad.
—Pues bien, supongamos que el trabajo, habiendo recibido sus cincuenta dólares, quiera volver a comprar zapatos. No podría rescatar más que por valor de cincuenta dólares, ¿no es así?
Pasemos ahora de esta operación particular a la totalidad dé las que se cumplen en los Estados Unidos, no solamente con respecto al cuero, sino a las materias primas, a los transportes y al comercio en general. En cifras redondas, la producción anual total de la riqueza en los Estados Unidos es de cuatro mil millones de dólares. Por consiguiente, el trabajo recibe en salarios dos mil millones al año. De los cuatro mil millones producidos, el trabajo puede rescatar dos. Sobre esto no cabe discusión. Y todavía me he quedado largo, pues, gracias a toda suerte de añagazas capitalistas, el trabajo ni siquiera puede rescatar la mitad del producto total.
Pero pasemos por alto y admitamos que el trabajo rescata dos mil millones. En consecuencia, es evidente que el trabajo no puede consumir más que dos mil millones.
Hay que rendir cuentas de los otros dos que el trabajo no puede rescatar ni consumir.
—El trabajo ni siquiera consume sus dos mil millones —declaró el señor Kowalt—. Si los agotase, no tendría sus depósitos en las cajas de ahorro. Los depósitos en las cajas de ahorro no son más que una especie de fondo de reserva, que se gasta tan pronto como se forma. Son economías puestas a un lado para la vejez, las enfermedades, los accidentes y los gastos de entierro. Es el bocado de pan que se deja en el aparador para la comida de mañana. No, el trabajo absorbe la totalidad del producto que puede rescatar con su salario.
Al capital se le dejan dos mil millones. ¿Consume éste el resto después de haber reembolsado sus gastos?
¿Devora el capital sus dos mil millones?
Ernesto se detuvo y planteó claramente la pregunta a varios individuos que se pusieron a menear la cabeza.
—No sé nada —dijo francamente uno de ellos.
—Sí que lo sabe —replicó Ernesto—. Reflexione un momento. Si el capital agotase su parte, la suma total del capital no podría crecer: permanecería constante. Pues bien, examine la historia económica de los Estados Unidos y verá que el total del capital no ha cesado de crecer.
Luego, el capital no se traga su parte. Recuerde la época en que Inglaterra poseía grandes cantidades de nuestras acciones ferroviarias. Al cabo de los años, se las hemos rescatado. ¿Qué debemos concluir de eso sino que la parte no empleada del capital ha permitido ese rescate? Hoy, los capitalistas de los Estados Unidos poseen centenares y centenares de millones de dólares en obligaciones mejicanas, rusas, italianas o griegas. ¿Qué representan esas obligaciones sino un poco de esa parte que el capital no ha engullido? Desde el comienzo mismo del sistema capitalista, el capital no ha podido tragar su parte.
Y ahora llegamos al nudo de la cuestión. En los Estados Unidos se producen cuatro mil millones de riqueza por año. El trabajo rescata y consume dos mil millones. El capital no consume los dos mil millones restantes: queda un fuerte excedente que no es destruido. ¿Qué puede hacerse? El trabajo no puede distraer nada, puesto que ya gastó todos sus salarios. El capital no puede equilibrar esta balanza, puesto que ya, y de acuerdo con su naturaleza, ha absorbido todo lo que podía. Y el excedente está ahí. ¿Qué se puede hacer? ¿Qué se hace?
—Se lo vende al extranjero —declaró espontáneamente el señor Kowalt.
—Eso es —corroboró Ernesto—. De este remanente nace la necesidad de una salida al exterior. Se lo vende en el extranjero. Estamos obligados a venderlo en el extranjero. No hay otro medio de desprenderse de él. Este excedente vendido al extranjero constituye lo que llamamos balanza comercial favorable. ¿Seguimos de acuerdo?
—Seguramente, estamos perdiendo el tiempo con esta elaboración del abecé del comercio —dijo el señor Calvin de mal humor. Todos lo sabemos de memoria.
—Si puse tanto cuidado en exponer este alfabeto —replicó Ernesto—, es porque gracias a él voy a confundiros. Ahí está lo picaresco del asunto. Voy a confundiros en menos que canta un gallo.
Los Estados Unidos es un país capitalista que ha desarrollado sus recursos. En virtud de su sistema industrial, posee un remanente del que debe deshacerse en el extranjero[61]. Lo que es cierto en los Estados Unidos, lo es igualmente para todos los países capitalistas cuyos recursos están desarrollados. Cada uno de esos países dispone de un excedente todavía intacto. No olvidéis que va uno y otros han comerciado y que, no obstante, esos excedentes continúan disponibles. En todos esos países el trabajo ha gastado sus jornales y no puede comprar nada; en todos ellos también el capital consumió ya todo lo que se lo permite su naturaleza. Y tienen en sus brazos esa sobrecarga, sin poder trocarla entre sí. ¿Cómo van a desembarazarse de ella?
—Vendiéndola a los países cuyos recursos no están desarrollados —sugirió Kowalt.
—Perfectamente; como veis, mi razonamiento es tan claro y tan simple que se desenvuelve solo en vuestro espíritu. Demos ahora un paso adelante. Supongamos que los Estados Unidos colocan su excedente en un país cuyos recursos no están desarrollados, en el Brasil, por ejemplo. Acordaos que esta balanza está fuera y por encima del comercio, pues los artículos comerciales ya han sido consumidos. ¿Qué dará en cambio el Brasil a los Estados Unidos?
—Oro —dijo el señor Kowalt.
—Pero en el mundo sólo hay una cantidad limitada de oro —objetó Ernesto.
—Oro bajo forma de fianzas, obligaciones y otras prendas por el estilo —rectificó el señor Kowalt.
—Ahora lo tengo. Los Estados Unidos recibirán del Brasil, a cambio de su excedente, obligaciones y garantías. ¿Qué significa eso sino que los Estados Unidos entrarán en posesión de los ferrocarriles, de las fábricas, de las minas y de las tierras del Brasil? ¿Y qué resultará de eso?
El señor Kowalt reflexionó y sacudió la cabeza.
—Os lo voy a decir —continuó Ernesto—. Resultará esto: que los recursos del Brasil van a desarrollarse. Bien, demos un paso más. Cuando, bajo el impulso del sistema capitalista, el Brasil haya desarrollado sus propios recursos, poseerá él también un excedente no consumido. ¿Podrá colocarlo en los Estados Unidos? No, porque éstos tienen ya su propio excedente. ¿Y los Estados Unidos podrán hacer como antes y colocar su excedente en el Brasil? No, puesto que este país tiene ahora el suyo propio.
¿Qué sucede? En adelante, los Estados Unidos y el Brasil deben buscar sus salidas en comarcas cuyas fuentes de riqueza no estén todavía explotadas. Pero por el hecho mismo de descargar allí su remanente, esas nuevas regiones verán crecer sus recursos y no tardarán en poseer, a su vez, excedentes: entonces se ponen a buscar nuevos países para aliviarse. Bien, señores, seguidme: nuestro planeta no es tan grande; no hay más que un número limitado de regiones en la tierra. Cuando todos los países de la tierra, hasta el último y más insignificante, tengan una sobrecarga en sus brazos y estén ahí mirando a los demás igualmente sobrecargados, ¿qué va a pasar?
Hizo una pausa y observó a sus oyentes. Era divertido ver sus caras perplejas. En medio de abstracciones, Ernesto había evocado una visión clara. En esos momentos ellos la veían muy precisamente y tenían miedo.
—Hemos comenzado por el abecé, señor Calvin —dijo Ernesto con malicia—, pero ahora le di el resto del alfabeto. Es completamente sencillo: en eso reside su belleza. Seguramente, usted tiene lista la respuesta. Pues bien, ¿qué ocurrirá cuando todos los países del mundo teman su excedente no consumido? ¿Adónde irá a parar entonces vuestro sistema capitalista?
El señor Calvin bamboleaba preocupado su cabeza. Evidentemente buscaba una falla en el razonamiento que Ernesto acababa de exponer.
—Hagamos juntos un rápido repaso al terreno ya andado —resumió Ernesto—. Hemos comenzado por una operación industrial cualquiera, la de una fábrica de calzado, y henos establecido que la división del producto elaborado conjuntamente que allí se practicaba era similar a la división que se cumplía en la suma total de todas las operaciones industriales. Hemos descubierto que el trabajo no puede volver a comprar con su salario más que una parte del producto y que el capital no consume todo el resto. Hemos hallado que una vez que el trabajo había consumido todo lo que le permitían sus salarios y el capital todo lo que necesitaba, quedaba un excedente disponible. Hemos reconocido que no se podía disponer de esa balanza sino en el extranjero. Hemos convenido que el fluir de ese excedente a un país nuevo provocaba allí el desarrollo de los recursos, de suerte que en poco tiempo ese país, a su vez, se encontraba sobrecargado con un remanente. Hemos extendido este proceso a todas las regiones del planeta, hasta que cada una de ellas se atiborra, de año en año y de día en día, de un exceso del que no puede desembarazarse en ningún otro país. Y ahora os pregunto una vez más, ¿qué vamos a hacer con esos excedentes?
Tampoco esta vez nadie respondió.
—¿Y, señor Calvin? —lo provocó Ernesto.
—Eso está fuera de mi alcance —confesó el interpelado.
—Nunca había pensado en semejantes cosas —declaró el señor Asmunsen—. Y, sin embargo, está tan claro como si estuviera escrito.
Era la primera vez que escuchaba una exposición de la doctrina de Karl Marx[62] sobre la plusvalía. Ernesto lo había hecho tan simplemente que yo también me sentía pasmada e incapaz de responder.
Voy a proponeros un medio para desprenderos del excedente dijo Ernesto. Arrojadlo al mar. Tirad cada año los centenares de millones de dólares que valen los calzados, los vestidos, el trigo y todas las riquezas comerciales. ¿No se arreglaría así el asunto?
—Claro que lo sería —respondió el señor Calvin—. Pero es absurdo de su parte hablar de esa manera.
Ernesto repuso con la velocidad del rayo:
—¿Es usted menos absurdo, señor destructor de máquinas, cuándo aconseja la vuelta a los procedimientos antediluvianos de sus abuelos? ¿qué propone usted para librarse de la plusvalía? Esquivar el problema cesando de producir, pues no otra cosa importa una vuelta a un método de producción tan primitivo e impreciso, tan desordenado y desatinado, que hace imposible producir el menor excedente.
El señor Calvin tragó saliva. La estocada había llegado al blanco. Tuvo un movimiento de deglución y luego tosió para aclararse la garganta.
—Tiene usted razón —dijo—. Estoy convencido. Es absurdo; pero tenemos que hacer algo. Para nosotros, los de la clase media, es una cuestión de vida o muerte. Nos negamos a morir. Preferimos ser absurdos y volver a los métodos de nuestros padres, por groseros y dispendiosos que sean. Romperemos las máquinas. ¿Y vosotros qué pensáis hacer?
—No podéis romper las máquinas —replicó Ernesto—. No podéis hacer refluir la ola de la evolución. Se os oponen dos grandes fuerzas, cada una de las cuales es más poderosa que la clase media. Los grandes capitalistas, los trusts, en una palabra, no os dejarán emprender la retirada. Ellos no quieren que las máquinas sean destruidas. Y, más fuerte aún que el poder de los trusts, está el del trabajo, que no os permitirá romper las máquinas. La propiedad del mundo (comprendiendo en él las máquinas) se encuentra en el campo de batalla, entre las líneas enemigas de los trusts y del trabajo. Ninguno de los dos ejércitos desea la destrucción de las máquinas, pero cada uno quiere su posesión. En esta lucha no hay lugar para la clase media, pigmea entre dos titanes. ¿No sentís vosotros, pobre clase media, que estáis entre dos muelas que ya han comenzado a moler?
Os he demostrado matemáticamente la inevitable ruptura del sistema capitalista. Cuando cada país se encuentre excedido de una sobrecarga inconsumible e invendible, el andamiaje plutocrático cederá bajo el espantoso amontonamiento de beneficios levantado por él mismo. Pero ese día no habrá máquinas rotas. Su posesión será la postura que estará en juego en el combate. Si el trabajo sale victorioso, el camino estará expedito para vosotros. Los Estados Unidos, y sin duda el mundo entero, entrarán en una era nueva y prodigiosa. Las máquinas, en lugar de aplastar a la vida, la tornarán más bella, más feliz y más noble. Como miembros de la clase media abolida y de concierto con la clase trabajadora —la única que subsistirá—, participaréis en el equitativo reparto de los productos de esas máquinas prodigiosas. Y nosotros, unidos todos, construiremos otras más maravillosas aún. Y habrán desaparecido los excedentes no consumidos porque no existirán más los lucros.
—¿Y si los trusts ganan esta batalla por la posesión de las máquinas y del mundo? —preguntó el señor Kowalt.
—En ese caso —respondió Ernesto—, vosotros, el trabajo y todos nosotros quedaremos aplastados bajo el talón de hierro de un despotismo más implacable y terrible que ninguno de los que mancharon las páginas de la historia humana. ¡El Talón de Hierro![63] Tal es el nombre que convendrá a esta horrible tiranía.
Hubo un silencio prolongado. Las meditaciones de cada cual se perdían en senderos profundos y poco frecuentados.
—Pero su socialismo es un sueño —dijo finalmente el señor Calvin; y repitió: ¡Un sueño!
—Voy a mostraron entonces algo que no es un sueño —respondió Ernesto—. A ese algo lo llamaré Oligarquía. Vosotros lo llamáis la Plutocracia. Entendemos por ella los grandes capitalistas y los trusts. Examinemos dónde está hoy el poder.
La sociedad tiene tres clases. Viene primero la plutocracia, compuesta por los banqueros ricos, los magnates de los ferrocarriles, los directores de grandes compañías y los reyes de los trusts. Luego viene la clase media, la vuestra, señores, que comprende a granjeros, comerciantes, pequeños industriales y profesiones liberales. Por fin, tercera y última, el proletariado, formado por los trabajadores asalariados[64].
No podéis negar que lo que actualmente constituye el poder esencial en los Estados Unidos es la posesión de la riqueza. ¿En qué proporción es poseída esta riqueza por las tres clases? He aquí las cifras: la plutocracia es propietaria de sesenta y siete mil millones. Sobre el número total de personas que ejercen una profesión en los Estados Unidos, solamente el 0,9 '% pertenece a la plutocracia, y no obstante, la plutocracia posee el 70 % de la riqueza total. La clase media posee veinticuatro mil millones. El 29 % de las personas que ejercen una profesión pertenece a la clase media y gozan del 25 % de la riqueza total. Queda el proletariado; dispone de cuatro mil millones. De las personas que ejercen una profesión, el 70 % vienen del proletariado; y el proletariado posee el 4 % de la riqueza total. ¿De qué lado está el poder, señores?
—De acuerdo con sus cifras, nosotros, los de la clase media, somos más poderosos que el trabajo —observó el señor Asmunsen.
—No es recordándonos nuestra inferioridad como mejoraréis la vuestra ante la fuerza de la plutocracia —replicó Ernesto—. Tengo algo más que decir sobre vosotros. Hay una fuerza más grande que la riqueza, mayor en el sentido de que no puede sernos arrebatada. Nuestra fuerza, la fuerza del proletariado, reside en nuestros músculos para trabajar, en nuestras manos para votar, en nuestros dedos para apretar un gatillo. De esta fuerza no pueden despojarnos. Es la fuerza primitiva, aliada a la vida, superior a la riqueza e inasible por ésta.
Vuestra fuerza, en cambio es amovible. Os la pueden retirar. En este mismo momento la plutocracia está arrebatándosla. Acabará por quitárosla por completo, y entonces dejaréis de ser de la clase media. Descenderéis a nuestro nivel. Os convertiréis en proletarios. Y lo formidable será que os incorporaréis a nuestra fuerza. Os acogeremos como hermanos y combatiremos codo con codo por la causa de la humanidad.
En cuanto al trabajo, no tiene nada concreto que le puedan quitar. Su parte en la riqueza nacional consiste en ropas y en muebles y, de tanto en tanto, en muy raros casos, una casa muy mal amueblada. Pero vosotros tenéis riquezas por valor de veinticuatro mil millones, y la plutocracia los tomará. Desde luego, es mucho más verosímil que el proletariado os los tome antes. ¿Comprendéis, señores, vuestra situación? La clase media es el corderito temblando entre el león y el tigre. Ha de ser de uno o de otro. Y si la plutocracia os toma primero, el proletariado tomará a la plutocracia enseguida. No es más que una cuestión de tiempo.
Además, vuestra riqueza actual no da la verdadera medida de vuestro poder. En este momento, la fuerza de vuestra riqueza no es más que una nuez vacía. Es por eso que lanzáis vuestro lastimero grito de guerra: «¡Volvamos a los métodos de nuestros padres!» Sentís vuestra impotencia y el vacío de vuestra nuez. Voy a demostraron su vacuidad.
¿Qué poder poseen los granjeros? Más del cincuenta por ciento están en servidumbre por su mera condición de arrendatarios o porque están hipotecados; y todos están bajo tutela por el hecho de que ya los trusts poseen o gobiernan (lo que es la misma cosa, en el mejor de los casos) todos los medios para colocar los productos en el mercado, tales como los aparatos frigoríficos o elevadores, ferrocarriles y líneas de vapores. Además, los trusts gobiernan los mercados. En cuanto al poder político y gubernamental de los granjeros, me ocuparé de él en seguida, cuando hable del de toda la clase media.
Día a día los trusts exprimen a los granjeros, como exprimieron y estrangularon al señor Calvin y a todos los lecheros. Y día a día los comerciantes son aplastados de la misma manera. ¿Os acordáis cómo en seis meses el trust del tabaco barrió más de cuatrocientos estancos nada más que en la ciudad de Nueva York? ¿En dónde están los antiguos propietarios de minas de carbón? Vosotros sabéis, sin que necesite decíroslo, que el trust de los ferrocarriles detenta o gobierna la totalidad de los terrenos mineros de antracita y bituminosos. ¿No posee la Standard Oil Trust[65] unas veinte líneas marítimas? ¿No controla también el cobre, sin contar con el trust de los altos hornos que ha montado como una pequeña empresa secundaria? Esta noche hay en los Estados Unidos diez mil ciudades que están iluminadas por compañías dependientes de la Standard Oil y hay además tantas cuyos transportes eléctricos, urbanos, suburbanos o interurbanos están en sus manos. Los pequeños capitalistas que en otro tiempo estaban interesados en esos miles de empresas han desaparecido. Vosotros lo sabéis. Es el mismo camino que estáis siguiendo.
Ocurre con los pequeños fabricantes lo que con los granjeros, en resumen, unos y otros están reducidos a la dependencia feudal. Y se puede decir otro tanto de los profesionales y de los artistas: en la época actual son en todo, menos de, nombre; villanos, como los políticos son mucamos. ¿Por qué usted, señor Calvin, se pasa sus días y sus noches organizando a los granjeros, lo mismo que al resto de la clase media, en un nuevo partido político? Porque los políticos de los viejos partidos no quieren tener nada que ver con sus ideas atávicas; y no lo quieren porque son lo que he dicho: los, mucamos, los sirvientes de la plutocracia.
He dicho también que los profesionales y los artistas eran los plebeyos del régimen actual. ¿Acaso son otra cosa? Del primero al último, profesores, predicadores, editores, se mantienen en sus empleos sirviendo a la plutocracia, y su servicio consiste en no propagar otras ideas que das inofensivas o elogiosas para los ricos. Cuantas veces se ponen a divulgar ideas amenazantes para éstos, pierden sus puestos; en este caso, si no guardaron algunos ahorros para los malos tiempos, descienden al proletariado y vegetan en la miseria o se hacen agitadores populares. Y no olvidéis que la prensa, el púlpito o la Universidad modelan a la opinión pública y marcan el paso a la marcha mental de la nación. En cuanto a los artistas, sirven simplemente de agentes para los gustos más o menos innobles de la plutocracia.
Pero, después de todo, la riqueza no constituye por sí misma el verdadero poder, que es gubernamental por excelencia. ¿Quién rige hoy al gobierno? ¿Acaso el proletariado con sus veinte millones de seres alistados en múltiples ocupaciones? Vosotros mismos os reís a la sola idea. ¿Acaso la clase media con sus ocho millones de hombres ejerciendo diversas profesiones? Tampoco. ¿Quién dirige entonces al gobierno? Es la plutocracia con su mezquino cuarto de millón de personas ocupadas. Sin embargo, ni siquiera es ese cuarto de millón de hombres quien lo dirige realmente, aunque le preste servicios de guardia voluntaria. El cerebro de la plutocracia que dirige al gobierno se compone de siete pequeños y poderosos grupos. Y no olvidéis que esos grupos obran más o menos al unísono[66].
Permitidme que os esboce el poder de uno solo de esos grupos, el de los ferrocarriles. Emplea cuarenta mil abogados para rechazar las demandas del público ante los tribunales. Distribuye innumerables pases gratuitos de circulación entre jueces, banqueros, directores de diarios, ministros del culto, miembros de las universidades, de las legislaturas estaduales y del Congreso. Sostiene lujosos salones de intriga, lobbies[67], en las cabeceras de cada Estado y en la capital; y en todas las ciudades grandes y pequeñas del país emplea un inmenso ejército de curiales y politicastros cuya misión es asistir a los comités electorales y asambleas de partidos, de enredar a los jurados, de corromper a los jueces y de trabajar de cualquier manera por sus intereses[68].
Señores, no he hecho más que esbozar el poderío de uno de los siete grupos que forman el cerebro de la plutocracia[69]. Vuestros veinticinco mil millones de riqueza no os dan derecho más que a veinticinco centavos de poder gubernamental. Es una nuez vacía y pronto hasta ésta os la van a quitar. Hoy la plutocracia tiene todo el poder en sus manos. Ella es la que fabrica las leyes, pues posee el Senado, el Congreso de los Diputados, las Cortes y las Legislaturas de los Estados. Pero no es eso todo. Detrás de la ley es menester una fuerza para ejecutarla. Hoy la plutocracia hace la ley y, para imponerla, tiene a su disposición la policía, el ejército, la marina y por fin la milicia, es decir, vosotros y yo, todos nosotros.
Después de estas palabras, la discusión se apagó, y pronto los convidados se levantaron de la mesa. Aquietados y domados, bajaban la voz para despedirse. Se los hubiera creído todavía espantados de la visión del futuro que habían contemplado.
Resumen de "Esperanza y Tragedia" de Carroll Quigley:
En la mayoría de los países la fuente del dinero adoptó un a estructura piramidal invertida equilibrada en su punta, que vendría a significar el oro y sus certificados de equivalencia. Los niveles intermedios eran los relativos a los billetes, y la base de nuestra pirámide invertida equivalía a los depósitos. Cada nivel superior utilizaba los que tenía debajo como reservas, siendo cada nivel inferior más sano (convertible) que el que tenía por encima. Los billetes impresos por los bancos centrales y emisores estaban asegurados por las reservas de oro o por los certificados de depósito. La fracción de reserva de oro dedicada a garantizar los pagos dependía de las regulaciones bancarias. Los bancos centrales y emisores eran instituciones privadas que se beneficiaban de estas operaciones.
Los hombres que llevaron a cabo este proyecto se inspiraron en
las monarquías en las cuales hundían sus propias raíces para formar sus propias dinastías internacionales de banqueros, poniendo en práctica
muchas de las reglas políticas que hicieron sobrevivir a las primeras. La más
grande de estas dinastías fue la formada por los descendientes masculinos de
Mayer Amschel Rothschild, 1743-1812, que al menos durante dos generaciones
establecieron con frecuencia matrimonios entre primos y sobrinos. Los cinco hijos varones de Nathan Meyer fueron impelidos por el padre a establecer filiales de su casa bancaria en cinco ciudades, Viena, Londres, Nápoles, París y Francfort para expandir su poder por toda Europa. Ésta táctica intentó ser copiada por otras dinastías bancarias pero sin el mismo éxito. No por centrar nuestra atención en sus actividades financieras y comerciales debemos perder de vista otros de sus atributos, como su cosmopolitismo exacerbado que por ejemplo llevó a los Rothschild durante la década de 1830/40 a dedicar toda su influencia en mantener la paz y evitar la guerra en Europa por cualquier medio.
Poseían una educación tan exquisita que les llevó a convertirse en referentes de la educación, la cultura y el arte. El patrocinio que ejercieron sobre universidades, cátedras, orquestas sinfónicas, bibliotecas y museos todavía refleja su magnificencia hasta el punto que siguen ejerciendo un modelo de patrocinio sobre las fundaciones actuales. Los nombres de algunas de estas familias nos siguen resultando familiares aunque deberían serlo más aún. Hablamos de los Baring, Lazard, Erlanger, Warburg, Schroder, Seligman, Speyers, Mirabaud, Mallet, Fould, y por encima de todos ellos, Rothschild y Morgan. Incluso después de que se implicaran en las industrias nacionales gracias al capitalismo financiero seguían existiendo muchos aspectos que los diferenciaban de otros banqueros:
1) Eran cosmopolitas e internacionales
2) Gozaban de una proximidad envidiable con los gobiernos y los centros de poder gracias a lo cual accedían a la financiación de la deuda pública de los estados incluyendo aquellos que a primera vista parecerían poco rentables o con mucho riesgo como el Imperio Otomano, Egipto, Persia, China Imperial e Iberoamérica.
3) Sus intereses se centraban en el manejo y el control de la deuda, pública y
privada, y no en mercancías puesto que las primeras tenían mayor liquidez, un
factor que ellos perseguían.
4) Eran unos ardientes seguidores de la estabilidad monetaria, combinada con
altos tipos de interés, y del patrón oro.
5) Consideraban el secreto bancario, especialmente en lo que se refiere a su
manejo político, una de las herramientas más importantes de su profesión.
Estos banqueros internacionales pasaron a conocerse como banqueros
mercantiles en Inglaterra, privados en Francia y de inversión en Estados Unidos.
Resultaban completamente diferentes al resto de la clase financiera, dedicada a las entidades de ahorro u otras especializaciones bancarias. Otra de las
características de esta clase especial de banqueros era que no se conocía
prácticamente nada acerca de sus entidades y clientes hasta la llegada del
moderno sistema impositivo. Nunca aceptaron ser fiscalizadas o intervenir
conjuntamente con el Estado formalmente debido a que su persistencia en el
anonimato y el secreto les garantizaba un enorme poder público, la ruptura de
este secreto era para ellos tan temida como la inflación.
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Los depósitos efectuados en la parte superior de la pirámide invertida se dividían en dos tipos:
1) Depósitos residentes, compuestos de efectivo depositado sobre el que el
depositante recibía un interés.
2) Depósitos creados, apuntes contables de préstamo concedidos por el banco
sobre los que el depositante pagaba un interés.
Ambos modelos forman parte del suministro de dinero. Los depósitos residentes o alojados al ser una forma de ahorro y retirar dinero del mercado son deflacionistas, mientras que los depósitos creados, al ser un aumento del circulante son inflacionistas-
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Los poderes de gobiernos sobre la cantidad de dinero en circulación
son:
a) Control sobre el Banco Central.
b) Control sobre los impuestos.
c) Control sobre el gasto público.
Ya que la mayor parte de los bancos centrales han sido instituciones privadas (al
menos técnicamente), el control sobre el Banco Central está con frecuencia
basado en la costumbre más que en la ley. A su vez el control sobre los impuestos permite modular la cantidad de dinero en una comunidad, actuando normalmente como una fuerza deflacionista, al contrario que los gastos de gobierno que por lo general funcionan como una fuerza inflacionista. En general, hasta 1931, los grandes banqueros, sobre todo los dueños de los grandes bancos de inversión, fueron capaces de influir tanto en los negocios como en los gobiernos. Podían influir los negocios gracias a su capacidad para expandir o contraer el crédito en una zona o sector económico o bien invirtiendo directamente e influyendo determinantemente en su crecimiento desarrollo.
Así los Rothschild invirtieron profusamente en muchos de los ferrocarriles de Europa al tiempo que losMorgan 6se hacían con el control de 26,000 millas de ferrocarriles americanos. Estos banqueros tomaron el control de las juntas directivas de la industrias igual que antes habían tomado el control sobre los bancos comerciales, cajas de ahorro, aseguradoras y empresas financieras, canalizando capitales desde ellas hasta los sectores que habían decidido controlar materializando dicho control a través de testaferros en la presidencia de la sociedad y testaferros en la presidencia de la sociedad y aportaciones de capital efectuadas por otros grupos de empresas y bancos menores.
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