In LSD Veritas -

Benvinguts al meu racó.


Todo está sujeto a interpretaciones, por lo tanto la realidad es subjetiva y las formas de pensar y vivir son caóticas y conflictivas. El pensamiento enmascara a menudo la verdad de los hechos. La realidad ya no puede ser objetiva. Todo pasa por el filtro del pensamiento y el individuo deja de observar los hechos tal como son.

martes, 27 de diciembre de 2016

Apuntes sobre el Capitalismo, el trabajo y la familia.





El carácter Capitalista del Estado-nación moderno (en todas sus formas) adquiere la función productiva y financiera de la gran multinacional y la gran banca, de esta forma su fin es la acumulación de Capital a través de los impuestos directos e indirectos de los asalariados, para después saquear los recursos de los Estados más débiles, de esta forma puede sostener y mantener las instituciones de poder como el ejército y la policía o la sanidad y educación para consolidarlo y perpetuarlo.
La primera gran empresa y banca usurera que roba al trabajador asalariado de base es el Estado y después a través de la plusvalía (en mayor o menor grado) si lo hace para una empresa privada.


La familia es la primera institución dentro del sistema capitalista que ejerce el Poder sobre sus integrantes, por lo tanto el principio de Autoridad (por parte del padre y de la madre) se lleva a la práctica como adoctrinamiento y sometimiento al hijo, lo que retroalimenta el sistema y convierte la voluntad de poder en eje constitutivo vital del pensamiento del individuo y de la sociedad como forma de desarrollo y organización colectiva.

El valor del trabajo desempeñado por el individuo en la sociedad capitalista se cuantifica como ganancias a través de la percepción de su salario y en forma de acumulación de Capital para la empresa o Estado para la que trabaja. En este contexto el valor del trabajo desempeñado cualitativamente sólo adopta la forma pecuniaria cuantitativa, es decir, el valor cualitativo se mide por la ganancia que genera el trabajo asalariado.

La esencia del valor cualitativo del trabajo (no asalariado o independiente) es inversamente proporcional al valor cuantitativo del trabajo asalariado, ya que éste se regula por las leyes del mercado financiero que dictan las multinacionales y la gran banca con el apoyo del Estado.
La función del trabajo asalariado (en todas sus manifestaciones) es netamente cuantitativa porque su aspecto cualitativo desaparece a favor de la acumulación de Capital que genera para la empresa, banca y/o Estado.


Para el sistema capitalista de dominación no hay distinción de trabajos ya que éstos sólo sirven a un mismo fin; la acumulación de Capital. El valor del trabajo asalariado se mide por su eficacia y rendimiento y pierde por lo tanto la esencia autónoma y cualitativa que lo hace en principio original y diferente al de otros trabajos que requieren de distintos conocimientos, aptitudes y habilidades en aras de la productividad y de los beneficios que genera la acumulación de Capital.
La esencia del valor cualitativo del trabajo en el trabajo asalariado pierde su naturaleza autónoma y vital, diluyéndose como trabajo muerto y después midiéndose en comparación con otros sólo por la acumulación de beneficios que genera al Capital.

domingo, 25 de diciembre de 2016

O monte é nosso (Llorenç Soler, 1978)

Este vídeo relata a história da luta das pessoas do rural galego polo direito ao monte, que historicamente sempre foi de propriedade comunal, onde as pessoas iam buscar lenha, colocavam os animais para pastar e coletavam produtos alimentícios naturais, como a castanha ou as landras.
Desde o início das "revoluções" liberais do século XIX, as propriedades comunitárias foram expropriadas polo Estado e durante o franquismo os montes foram dedicados para as plantações de pinheiro e eucalipto, substituindo árvores fundamentais para alimentação, aquecimento e fertilização das terras agrícolas e acabando com as áreas de pastagem, além de terem as consequências naturais trágicas que já conhecemos: calcinação e esterelização da terra, esgotamento das fontes de água, e a alta propagação de incêndio. As consequências sociais também foram desastrosas: as populações rurais não tendo mais como sobreviver no campo, viram-se forçadas em grande número ao êxodo para as cidades e à emigração ao exterior.
Para além de servir como fonte de matéria prima para as indústrias contaminantes de celulose de propriedade estatal, os montes e vales de propriedade comunal também se tornaram estéreis explorações mineiras, campo de treinamento do exército, conjuntos habitacionais de ricos, etc.
Para legitimar-se politicamente, a ditadura franquista impôs uma organização política municipal, os "axuntamentos", tirando de cena os tradicionais "concelhos abertos" paroquiais e de aldeia, onde as pessoas se reuniam para decidirem em democracia direta sobre as suas comunidades. E também, como os montes eram comunais, não havia escrituras que determinassem a sua propriedade, o que facilitava a sua apropriação polo Estado a fim de torná-las propriedades "públicas" (estatais) ou privadas (particulares).
O filme é de 1978, três anos depois da morte de Franco, e dura quase trinta minutos. É muito bom para entender esse aspecto da questão agrária na Galiza.



viernes, 23 de diciembre de 2016

Causas de la interiorización de la voluntad de poder.



La interiorización de la voluntad de poder en el individuo a través del adoctrinamiento de las instituciones del Estado en conjunción con la burguesía del Capital se produce por un proceso de atomización y alienación que asimila como normal, por lo tanto la cultura, las tradiciones y las costumbres que configuran las relaciones sociales dictadas desde el Estado destruyen al individuo como tal y lo convierten en sujeto pasivo, es decir, en un individuo dependiente y sin iniciativa.
En este contexto el individuo sumiso (sujeto) tiene que interiorizar la voluntad de poder que le dicta el Poder para desarrollarse en la sociedad jerárquica, de esta forma el Poder del exterior es asimilado por el ahora sujeto como voluntad de poder en la sociedad de la dominación.
La sociedad de la dominación se apoya en la coerción y la violencia como métodos de aceptación y/o exclusión de sus integrantes. La capacidad de asimilación y tolerancia vienen determinados por el carácter del (ahora si) sujeto del sistema-sociedad de la dominación (dictadura del Poder).
Por lo tanto la maximización del Poder representado por las instituciones del Estado y su figura económica el Capital responden a criterios voluntarios (aunque pudieran ser "inconscientes" en principio) del sujeto para su aceptación y posterior asimilación que fructificarán en nuevas relaciones basadas en el poder como única forma de organización social.

La invisibilización del Poder.




Que el pueblo, las clases populares o en último término la clase trabajadora no sepa cual es su enemigo indica el grado de decadencia y degradación en el que están sumidos sus integrantes.

La invisivilización del Poder (Capital-Estado) a partir de todas sus manifestaciones y formas, toma su esencia de la vulnerabilidad y de las carencias del individuo, el origen del Poder se manifiesta en principio como adoctrinamiento y engaño del individuo que posteriormente se convierte en auto-engaño.

La facultad del Poder es el auto-engaño del pueblo para su consolidación y perpetuación, una vez engañado se crean las instituciones de Poder del Estado y la propiedad privada sin restricciones (Capital, alta burguesía) que legitima el propio Estado (élite, altos funcionarios) para su propio beneficio y dominio sobre la clase trabajadora.

Toda integración de la clase trabajadora en las instituciones del Estado y del gran Capital (banca y multinacionales) es contradictoria per-se, por lo tanto la asimilación de la clase trabajadora por medio del trabajo asalariado con su antagonista la clase burguesa y del funcionariado estatal con su antagonista (altos funcionarios y élite) suprime y diluye su capacidad de contestación y lucha (no tiene porque implicar violencia) al no poder distinguir verdaderamente quien ostenta el Poder en su forma originaria, es decir, el Estado.

La fagocitación del movimiento obrero por parte del Estado se debe en buena medida al adoctrinamiento por medio de la propaganda que a través de la confusión logra engañar al individuo que pertenece a la clase trabajadora, el Estado atrae al sujeto por medio de su identidad nacional, es decir, cultura, costumbre, tradiciones y éste queda atrapado en una maraña de conceptos que son tergiversados con conocimiento de causa por parte del Estado para de este modo poder manipularlo, controlarlo y gobernarlo a su antojo.

El Estado hace suyo al individuo y lo asimila como un componente que debe adaptarse a la gran maquinaría para sus propósitos y fines, de manera que el individuo pierde su conciencia de clase y dignidad como ser humano y queda sujeto al gobierno de la élite de Poder que no parece saber identificar debido a su irresponsabilidad, de esta manera queda nulificado como agente proactivo para poder superar las dificultades y los problemas que le surgirán en el transcurso de su vida y a merced de los artimañas y tretas que el Poder le inflige como ente fantasmagórico.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Estado, Poder y Amor.





El amor no implica ser benevolente o tolerante sino más bien ser justo con el prójimo. En el equilibrio y en la igualdad radica el amor.

El Poder se sirve de los distintos grados de dominación para engañar a la población a través de los regímenes totalitarios (dictaduras) y parlamentarios (democracias parlamentarias o partitocracias) fundados en el Capitalismo, que sólo difieren en los diferentes tipos de libertades y grados de las mismas que otorgan o no al ciudadano y al grupo como: la libertad de expresión, la libertad sexual, la libertad económica, la libertad política, la libertad religiosa y la libertad filosófica, sin embargo los dos persiguen un mismo fin, el Poder para gobernar a la sociedad.


Todo Estado ya sea en su versión socialista o capitalista es autoritario y por lo tanto tirano con el ciudadano al que convierte en su súbdito. El carácter divino del Estado surge de la nación que se identifica con una cultura, con unas tradiciones y con unas costumbres arraigadas a un país concreto.
La sacralización del Estado-nación se lleva a cabo cuando el ciudadano toma conciencia de su pertenencia a la nación, a la que le debe respeto y obediencia. Como la obediencia es un estado de sumisión, el ciudadano ya deja de ser individuo al estar dirigido y bajo control de una Autoridad-Dios que se revela superior. La obediencia es un acto de impotencia hacia una fuerza divina que ha creado él mismo para poder sentirse seguro espiritualmente y materialmente y que inexorablemente lo arrastra sin resistencia alguna a la destrucción permanente.

Quien hace uso de la fuerza y la violencia utiliza el Poder, quien intenta convencer acaba adoctrinando, quien crea conciencia rompe con el Poder y el adoctrinamiento de la Autoridad para emancipar al individuo y a la sociedad.

martes, 13 de diciembre de 2016

Críptico sobre el Poder



La sociedad jerárquica, es decir, la sociedad del Poder, está condenada a la obediencia y la sumisión y por lo tanto a la corrupción. Todo Poder o sociedad organizada en base al Poder debe oprimir tanto al dominante como al dominado, en tanto que aquel también será oprimido por un dominante que esté en la escala superior y así sucesivamente hasta llegar a la cúspide del Poder representada por el Gobierno del Estado y sus instituciones que junto con el Capital de la burguesía vuelven a disolver el Poder en toda la sociedad hasta llegar a la base formada por los trabajadores asalariados de base y los desempleados que junto con el lumpenproletariado, constituyen la sociedad de los gobernados y gobernantes.

En efecto, es un sistema que se retroalimenta continuamente porque el origen de las relaciones humanas están basadas en el Poder y por lo tanto no se puede salir o romper este circulo vicioso que se prolonga hasta el infinito, relegando al individuo a un estado de corrupción permanente ya que tiene que adaptarse de algún modo u otro para poder sobrevivir en una sociedad que inicialmente tampoco a elegido pero que inevitablemente lo arrastra debido a la imitación, al conformismo y la complacencia que lo convierten en un ser mediocre.

El grado de sumisión determina el grado de explotación, el grado de explotación determina el grado de corrupción, el grado de corrupción determina el grado de dominación.

Tolerar el Poder es tolerar la servidumbre y la esclavitud, quien tolera lo intolerable se acaba corrompiendo como su explotador y fracasa como individuo y ser humano, en este contexto no hay diferencia alguna entre explotador-explotado o dominador-dominado, porque ambos aceptan sus roles y carecen por lo tanto de conciencia alguna ya sea de clase o social, toda su voluntad está dirigida por intereses exclusivamente particulares en la que el centro (y el principal dogma de fe) es la mera lucha por la supervivencia en el plano material y lo que acaba determinando su pensamiento y voluntad.

El Poder se funda en el Yo o el Ego del individuo atomizado (1). Todo individuo que carece de conciencia tiende al Ego que origina su carácter y personalidad atomizada, de esta forma suple su falta de empatia, amor y humanidad. Toda voluntad de poder basada en el Ego produce una caricatura del sujeto, es decir, un sujeto falseado por la propia imagen que el mismo crea y proyecta a los demás. Esta imagen se propaga y mimetiza en el entorno social, de esta manera el sujeto caricaturizado se adapta a las exigencias de la sociedad para poder sobrevivir en un ambiente basado en las relaciones de Poder. 

Por lo tanto el Poder se constituye en primer lugar como formación de la identidad y personalidad del individuo atomizado o sujeto caricaturizado, y en segundo lugar como adaptación al medio donde tiene que desarrollar su pensamiento previamente falseado por su carácter para competir y luchar por la supervivencia.  

(1) Utilizo la descripción "individuo atomizado" como expresión de individuo que está fragmentando y que por lo tanto no puede ser individuo, es decir, un individuo integro, incorrupto.


sábado, 10 de diciembre de 2016

Reflexiones sobre el Capitalismo.




En buena medida es el trabajador asalariado medio quien con más ahínco se dedica a producir y consumir ya que no puede acumular grandes cantidades de Capital en forma de dinero o bienes, y si lo hace en pequeñas cantidades éstas son gestionadas por los bancos. Es el burgués de clase alta quien puede y se dedica a acumular grandes cantidades de Capital e invertirlos para generar más Capital a través de la explotación de la clase obrera de base, de manera que la concentración de Capital de las multinacionales y los bancos es cada vez mayor ya que el Estado los ampara con sus leyes.

Es la concentración de Capital en manos de la alta burguesía la que puede generar más beneficios a corto plazo, de esta forma se puede acumular más Capital con mayor facilidad. Al Estado le interesa que sea el obrero de base quien consuma más porque así se asegura más réditos para el burgués y el Estado puede recaudar más fondos a través de los impuestos (directos e indirectos), la máxima circulación de dinero por el sistema es la base de la dominación Capitalista.

El triunfo del Capitalismo como religión ha sido, es, y será el crecimiento en tanto que acumulación de riqueza en base a la técnica y a la ciencia como medios para garantizar los avances y el desarrollo de tecnologías más perfeccionadas para la acumulación y control de Capital e información que el sistema precisa para la dominación.


La atracción por las máquinas surge de la necesidad de hallar un sentido a la vida, un sentido religioso que crea en nuevo dios para satisfacer tanto las necesidades materiales como espirituales, necesidades que ha ido perdiendo paulatinamente el ser humano a lo largo de la historia al depender cada vez más del aparato tecnológico impuesto por el sistema de dominación capitalista.

La utilización tanto de la derecha como de la izquierda en todo el espectro político por parte del Poder, es decir, del Estado y el Capital es el arma para destruir todo intento de emancipación verdadero del ser humano y de la sociedad que la disidencia organice fuera de las estructuras e instituciones del Poder.

Una sociedad jerárquica es una sociedad injusta.

El miedo es el principio rector de la voluntad de poder y por lo tanto la raíz del sufrimiento y el odio.

La inteligencia es hija de la inocencia


La societat de la por és la societat de la desconfiança i la societat de la paranoia.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

El fenómeno religioso en la droga. " Los nuevos poseídos" - Jacques Ellul .



Desde luego, no se puede ignorar, en este renacimiento de lo religioso, los fenómenos hippies. ¿Renacimiento? ¿O descubrimiento explosivo y visible de un recorrido oscuro? Los fenómenos hippies no son un brusco florecimiento. Por lo menos, desde 1930, asistimos a movimientos juveniles que denotan los mismos rasgos; pero el hippismo, con sus diversas formas, lleva al extremo todas las tendencias religiosas. No se trata, por supuesto, de describir aquí el fenómeno hippie, sino de recordar ciertos aspectos religiosos.

El rechazo de toda racionalidad para sumirse en una experiencia espiritual inmediata, la búsqueda de la comunidad, la fraternidad, el ideal de comunión y no-violencia, la puesta en práctica de la voluntad con objeto de cambiar la vida partiendo de una concepción espiritual del hombre, el retorno a la naturaleza y a la vida “natural”, el rechazo del oficio esclavizador y de cuanto envilece al hombre, el rechazo de una vida sin sentido, limitada al confort y al consumo…, ¿cómo negar que lo expuesto emana de una actitud religiosa? Tanto más cuando ésta se manifiesta de forma explicita, pues en muchas ocasiones los hippies llevan emblemas religiosos (muchos lucen cruces al cuello) y adhieren expresamente a una tendencia religiosa clásica: el budismo Zen.

Se puede seguramente afirmar que los hippies “completos” no son tan numerosos y que una golondrina no hace verano. Ello es verdad, pero son muchos los jóvenes de Occidente que se dejan ganar en todo o en parte por el ideal de vida hippy. Aquí también nos hallamos en presencia de un hecho específicamente religioso. En el centro un reducido número de creyentes imitativos, adoptando ritos, sin saber mucho más, que imitan tipos de vida, y recitan fórmulas; ahora bien: tal es, exactamente, lo que presenciamos con los hippies. Los innumerables (¿30% de la juventud occidental?) cabellos largos, fumadores de H, los escapistas, los objetores de conciencia de la sociedad, son los fieles infieles de esta religión ( orientándose en esta via por necesidad religiosa).

Pero este fenómeno hippie no puede ser disociado de la droga y de la música pop. Por cierto, sé que muchos hippies no se drogan: o, más bien, que no se drogan “más”. Todos han experimentado la droga; los mejores la abandonan cuando descubren una expresión religiosa más elevada y no necesitan ya de ese medio: porque la droga es ante todo una experiencia religiosa. Se pueden buscar cien explicaciones, existen, por supuesto , motivaciones diversas, pero el centro del problema es la necesidad religiosa.

En una sociedad que ya no ofrece solución alguna a la búsqueda colectiva de un sentido, que es opresiva y tecnificada, en la que se persigue el misterio y lo irracional, la droga es el gran medio para alcanzar una comunión humana, comunión que se ha vuelto imposible por la agitación, la técnica y la información. Es una experiencia irracional, una posibilidad de meditación y evasión. Tal es el secreto esencial de la difusión de la droga.

Lo demás es, otra derivación de esta necesidad, ora secundario. Los especialistas encargados del estudio de la droga distinguen todos, entre muchos factores, la necesidad religiosa -alcance del éxtasis, búsqueda de la comunión, acceso al mundo del más allá, etcétera. Los dos factores principales son los siguientes: por un lado, para ciertos drogadictos (marihuana), se trata del elemento comulgatorio: no se fuma a solas, el hecho de que el cigarrillo pase de mano en mano es más importante que la propia droga y provoca “el efecto” deseado con dosis ínfimas cuando el factor comulgatorio desempeña una función en el grupo. Pero, por otra parte, la droga es creadora de estados y de experiencias comparables a los que describen los místicos -paraísos artificiales, éxtasis, visiones, confusión de los sentidos, músicas inauditas…, vocabulario religioso. Pero no hay que menospreciar un tercer factor: la secta. Los drogadictos constituyen una secta cuyos miembros disponen de signos de reconocimiento y son profundamente solidarios. Viven en un mundo “sano” en relación al de los no iniciados, a quienes se desprecia.

Lo droga alcanza, en esos niveles, fenómenos totalmente semejantes a los fenómenos religiosos clásicos, pero la difusión de la droga expresa la necesidad de vivir esas experiencias: es el sustituto de una falla religiosa de nuestra sociedad o por lo menos de un comportamiento religioso satisfactorio, muy poderoso y unánime. En la misma línea encontramos las concentraciones de jóvenes: los festivales “pop”: se trata del paroxismo místico y del ritualismo colectivo a la vez.

Las concentraciones de Monterrey, de la Isla de Wight, de Amougies, de Woodstock, son exactamente el equivalente de las fiestas religiosas orgiásticas, - la música “pop” tiene tal fuerza que evoca el subconsciente y crea lo religioso. Una vez más, el atractivo “Música-Droga-Estar juntos” actúa en la medida en que hay una proyección más elevada y una necesidad fundamental: huir de un mundo material, monetario, bajo, abrumado de preocupaciones cotidianas, y de eficiencias para acceder al mundo de la gratuito, de la gracia, de la libertad, del amor, de la despreocupación… o sea precisamente lo que todas las religiones del mundo siempre han hecho en todas las sociedades , al mismo tiempo que, para cada cual, se trata de obtener la superación de si mismo.


lunes, 5 de diciembre de 2016

«Sobre Fidel Castro» Canek Sánchez Guevara


                         "La guerra revolucionaria es la tumba de la Revolución."
                                                          Simone Weil

Fragmentos de una entrevista a Canek Sánchez Guevara en el 2004.
... En la prensa occidental, tan escasamente libre en realidad (tan llenade sobrentendidos que nadie entiende, y críticas más que superficiales y sosas), es común que los cuestionamientos al régimen cubano comiencen por denostar la insistencia de éste en prácticas caducas e ineficaces, tiránicas y victimistas, heroicas y pobres. A ese sistema se le llama con harta ignorancia, mucha desinformación y peor mala leche, comunismo. Mi postura, empero, es otra; incluso contraria, si se quiere. Todas mis críticas a Fidel Castro y epígonos parten de su alejamiento de los ideales libertarios, de la traición cometida en contra del pueblo de Cuba y de la espantosa vigilancia establecida para preservar al Estado por encima de sus “gentes”.
La inmovilidad en que cayó la obra revolucionaria tiene su origen en el concepto que de sí misma erigió: el de permanencia. La revolución (apenas pasada la década netamente revolucionaria) para ser “permanente” debió permanecer inmóvil pues de lo contrario liberaría a las fuerzas libertarias implícitas en ella. Lo que permanece entonces, no es el accionar revolucionario sino la clase social que detenta el control de la institución “revolucionaria”. La revolución (el movimiento que ésta fue) hace años falleció en Cuba –de muerte natural, por cierto: hubo de ser asesinada por quienes la invocaron para evitar que se volviera contra ellos. Tuvo que ser institucionalizada y asfixiada por su propia burocracia (ya el Che nos había prevenido de esto), por la corrupción (robolución, se le llamó), por el nepotismo (sociolismo) y por la verticalidad de la tan mentada organización: el Estado “revolucionario” cubano–. Así, al concepto de “dictadura del proletariado” la sabiduría popular pronto le abolió el adjetivo: sólo quedó un sustantivo, absoluto y prohibido.

La nueva burguesía socialista no tardó en hacer suyos los más abyectos discursos y métodos de la recién destronada derecha en todo lo relativo a la vida privada y aún superando a ésta en lo concerniente a la asociación política –seamos honestos, un joven rebelde como fue Fidel Castro, en la Cuba de hoy, sería inmediatamente fusilado, no condenado al exilio–; todo esto con la agravante de que se trataba de un gobierno de “izquierda” proveniente de un movimiento cívico-militar de lo más heterogéneo y heterodoxo. La persecución de homosexuales, hippies, librepensadores, sindicalistas, poetas (disidentes de cualquier signo o condición) se parece en demasía a lo que se estaba combatiendo. La criminalización de la diferencia nada tiene que ver con la libertad. La concentración del poder en unas pocas manos tampoco se cuenta entre los ideales libertarios, muchísimo menos la vigilancia perpetua sobre los individuos o la prohibición de las asociaciones que al margen del Estado éstos puedan hacer. Claro que el poder es del pueblo pero sólo el simbólico; el real, empero –la toma de decisiones– no: ese pertenece al Estado y el Estado es Fidel. (Se me ocurre ahora que la desconfianza que el gobierno siente con respecto a su pueblo proviene sólo de su alejamiento de éste último, de su enajenación en un abstracto mundo de cifras y de la reducción que de la revolución hizo. De otra forma, cómo comprender que un gobierno revolucionario que emana del pueblo y que lo representa fielmente pueda sentir temor alguno por ese mismo pueblo.)

La insistencia por parte de adalides y denostadores del régimen en el sentido de que éste es marxista, rebasa todo sinsentido, pues marxismo, en Cuba, es sólo una asignatura escolar, una consigna del Partido y demás “organizaciones de masas” y, en el mejor de los casos, un sueño trunco. Para Marx (para cualquier libertario, en realidad) libertad y dictadura conforman un antagonismo indisoluble. Cierto que caminan juntos –como todo binomio de opuestos–, mas no por la misma ruta y de hacerlo (de pretenderlo, quiero decir), jamás llegarían al mismo sitio: si el fin justifica los medios, son los medios los que prefiguran el fin... En otras palabras, no se alcanza la libertad por la vía de la imposición. Nunca...
Una suerte de aristocracia fingidamente proletaria se fue gestando en el seno del gobierno “popular” oponiéndose con todas sus fuerzas a la democratización del proyecto revolucionario: la revolución cubana no fue democrática porque engendró en sí a las clases sociales destinadas a impedirlo: la revolución parió una burguesía, aparatos represivos dispuestos a defenderla del pueblo y una burocracia que la alejaba de éste. Pero sobre todo fue antidemocrática por el mesianismo religioso de su líder. Erigirse salvador de la Patria es una cosa; serlo por siempre, otra. En efecto, Fidel –con sus tropas y una buena parte de la sociedad civil– liberó a Cuba de la gangsteril dictadura batistiana pero con su obstinada permanencia sólo logró volverse, él mismo, dictador. Del joven revolucionario al viejo tirano hay un abismo insalvable; el mismo que hay entre el disentir de aquel rebelde y el ordenar de este ser enloquecido por el poder y la gloria.
En algún momento del camino Fidel Castro comenzó a creer en sí mismo; no contento con ello, nos obligó a todos a creer en él. En lugar de pugnar por una sociedad escéptica, librepensante y crítica, aplaudió la credulidad, la sumisión y la obediencia absoluta de su pueblo. Todo lo que cuestionó del viejo régimen lo reprodujo por triplicado en el “nuevo”. Todo cuanto atacó de joven, lo avaló de viejo. Todo lo que no debió ser el gobierno cubano, hizo que lo fuera. Acabó amando todo lo que hay de odioso en la política real...
La historia de la humanidad ha sido forjada (también) a golpe de guerras y revoluciones; la cubana fue una más. La historia de los hombres se narra como una perpetua lucha contra sus opresores; Fidel luchó como hombre libre y hoy niega la libertad de los hombres: se volvió uno de aquellos, despótico, cínico y prepotente hasta el paroxismo. La lucha por la libertad no sólo no ha concluido en Cuba; tampoco en México ni en Vietnam; ni en los Estados Unidos ni en Chile; ni en Angola ni en Rusia; ni en China ni en Nicaragua... No ha terminado porque aún somos esclavos de las condiciones que nos son impuestas: todo lo que somos proviene de lo que se nos permite ser. Y eso no es libertad.
***
P: Entonces, ¿consideras que el “reino de la libertad” del que tanto escribiera Marx no ha acontecido en Cuba?
R: Ni en Cuba ni en ninguna otra nación, que yo sepa... Claro que los gobiernos reivindican la libertad como algo propio, no hay presidente o tirano que no reclame como derecho exclusivo el reino de la libertad; pero esas son patrañas, tú bien lo sabes: pura verborrea política, promesas y poco más. La libertad es, sólo si el individuo ha logrado emanciparse del trabajo asalariado... si su libertad es la condición de la libertad de todos, y viceversa.
P: Algo difícil de expresar en Cuba...
R: Difícil de encontrar en cualquier parte del planeta, diría yo. En este mundo, seamos honestos, el dictum laboral sigue siendo Pobreza obliga. Son pocos aquellos que trabajan en lo que más les place, el resto debe conformarse con cualquier cosa a cambio de una paga que puede ser mísera o no, pero indefectiblemente hará miserable al trabajador: el trabajo no ennoblece al hombre porque su quehacer no le pertenece, le es arrebatado en cuanto lo concluye (y aún antes, en ocasiones)... La abolición del trabajo es el fin del socialismo, y Marx habla muy claramente del comunismo vulgar, ese que “aparece en una doble forma; el dominio de la propiedad material es tan grande que tiende a destruir todo lo que no es susceptible de ser poseído por todos como propiedad privada. Quiere eliminar el talento por la fuerza. La posesión física inmediata le parece la única meta de la vida y la existencia. El papel del trabajador no es abolido, sino que se extiende a todos los hombres (el subrayado es mío). La relación de la propiedad privada sigue siendo la relación de la comunidad con el mundo de las cosas... Este comunismo, que niega la personalidad del hombre en todas las esferas, es simplemente la expresión lógica de la propiedad privada.” Todo esto ocurre en Cuba, donde no rige el socialismo ni el comunismo, sino un vulgar capitalismo de Estado llamado también fidelismo. Como ya dije en la introducción, mi crítica al régimen de La Habana no estriba en que éste sea comunista, sino en que no lo es...
P: ¿A qué te refieres exactamente con eso de “abolición del trabajo”?
R: Quino puso en boca de su personaje Miguelito (admito que de niño ese chico era mi héroe, muy por encima de la pesada de Mafalda) la siguiente pregunta: ¿Por qué el hombre para ser hombre debe ser plomero, ingeniero o astronauta y el gato para ser gato tan sólo debe beber leche, maullar y dormir? Veamos: es mediante el trabajo que el hombre se relaciona con la naturaleza y la transforma. Así se transforma también el hombre. Así se hace a sí mismo... Ahora, para Marx el trabajo debe ser una actividad y no una mercancía, por ello establece la diferencia entre trabajo libre y trabajo enajenado –hueco de sentido, vacío en sus entrañas–, que transforma al hombre en un “monstruo tullido”: “En la sociedad comunista –asegura Marx–, donde cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos.” Si esto tiene relación alguna con el sistema cubano, es algo que yo no he notado. No he tropezado con tal libertad ni en Cuba ni en ningún otro Estado (“comunista” o no). Esencialmente, las críticas que descargo contra el gobierno cubano son plenamente transferibles a cualquier otro porque en esencia, el estado de las cosas y los individuos permanece inamovible en todo el orbe.
P: Sí, pero un obrero sueco gana más (vive mejor) que uno cubano...
R: Dejaré nuevamente responder a Marx: “Un aumento de salarios obligado no sería más que una mejor remuneración de los esclavos y no devolvería, ni al trabajador ni a su trabajo, su significado y su valor humanos.” Entendámonos, las condiciones laborales podrán ser menos peores (de hecho lo son) pero eso no anula la condición de esclavitud laboral en que vive el hombre. El hombre habita un mundo que en realidad no le pertenece: ni la tierra ni el fruto de ésta; ni la fábrica ni las mercancías ahí producidas son, en verdad suyas. El hombre debe venderse para comprar; el hombre se pervierte en mercancía para adquirir las mercancías necesarias para su subsistencia, aquí y en Cuba... Más fácil: no somos libres porque no somos dueños plenos de nuestra fuerza laboral, de las herramientas con las que producimos ni del producto resultante.
P: ¿Por qué insistes en esta retórica marxiana?
R: Digamos que si habláramos de arte sacaría mi sombrero dadaísta y poetizaría con recortes de periódico, pero hablamos de política, de ideología, de Cuba. Por lo demás, si sueno demasiado ortodoxo es sólo para utilizar un recurso que allá es cotidiano: citar a Marx para justificar los discursos propios. Mi dogmatismo, sin embargo, raya en lo cismático: carezco de libros sacros, pues... Pero si ha de elaborarse una crítica ideológica de la revolución cubana, ésta sólo debe hacerse desde el territorio del marxismo, ahí de donde –se supone– proviene su ideología (y aclaro que aquí no elaboro una crítica a fondo, y que no soy yo un teórico marxista, como sin duda ya habrás notado). Sólo desde las ideas de Marx, pienso, puede verse en su conjunto el estrepitoso fracaso de un ideal falsificado. Así, cuando el Comandante muera, el fidelismo morirá con él (para bien o para mal, quién puede saberlo). El sistema que creó se esfumará con sus restos pues fue hecho a su medida –a su imagen y semejanza– y no para ser compartido, nunca para que lo dirija otro... Me resulta imposible no evocar la visión de aquel rebelde mirando hacia el futuro y compararla con la patética sombra de este hombre que insiste en arrastrar al futuro en su caída. La verdad es que el marxismo ha sido esgrimido como justificación teórica por una oligarquía política que, de entrada, niega el carácter multi-ideológico de su sociedad: que esta actitud forme parte del razonamiento dialéctico es algo que, en verdad, escapa a mi comprensión... Por último, si insisto tanto en el tema es porque a pesar de los años, aún sigo los consejos de mi madre... Unos pocos de ellos, al menos.
P: ¿No te parece que le das mucha importancia a la voluntad de Fidel en la fallida construcción del comunismo?
R: No. Yo no le atribuyo más voluntad que la que emana de un Estado dispuesto a persistir, aún por la fuerza. He aprendido que el comunismo no es una cosa de la voluntad, y supongo que todos los ciudadanos que vivieron bajo esos regímenes lo pueden saber. El comunismo, en realidad, es sólo un desemboque posible de la contradictoria evolución del trabajo social, universal. Pero lo que sí depende de la voluntad de los hombres, es su comportamiento digno y honesto. Un comportamiento que honra al Che. Y si quieres, podemos afirmar que muchos de nuestros males, provienen de la infamia y la cobardía de los “políticos”. Y el abismo que en toda época se ha abierto entre los políticos revolucionarios y los payasos que actúan en el gran circo, ha hecho toda la diferencia.
P: ¿Te consideras de izquierda?
R: Sí; si ser “de izquierda” implica ante todo cuestionar con fiereza las incoherencias y dislates de la izquierda misma... Y sus excesos, claro. Desafortunadamente, no parece ser un ejercicio grato a las izquierdas... Que la derecha se comporte como derecha es lo normal bajo el sol; que la izquierda adopte, consciente o inconscientemente métodos derechistas, representa un autoatentado que bajo ningún concepto debe permitirse, por la sencilla razón de que nos daña a todos: a la izquierda misma, en primer lugar.
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Canek Sánchez Guevara
Diario sin motocicleta
Volumen uno: Europa (Francia, Italia, España y Portugal)
☛ Más info del libro en: www.pepitas.net/libro/diarios-sin-motocicleta

jueves, 1 de diciembre de 2016

Razones y sinrazones de la participación libertaria en el Gobierno de la República - José Peirats.



He escrito mucho sobre la revolución española del 19 de julio, siempre en tercera persona. Permítaseme que lo haga ahora en primera. Estoy en el confín de una barriada obrera barcelonesa donde hemos pasado la noche arma al brazo. ¿Arma al brazo? Unas pistolas del 9 corto y algún que otro winchester oxidado recuperado a los escamots que el 6 de octubre de 1934 habían hecho ademán de levantarse contra el gobierno del «bienio negro». Ahora, se han levantado los militares. Los del cuartel de Infantería del Bruch han descendido hacia el centro de Barcelona por Pedralbes-Diagonal. Nosotros les esperábamos en Collblanc-Sants. Los de Caballería, de la calle de Tarragona, y los de Zapadores, de la Bordeta, han ocupado la plaza de España y, desde allí, han tirado con mortero sobre un grupo de curiosos. He visto en el cruce de Riego pedazos de carne pegada en las fachadas y colgajos de intestinos en los cables eléctricos.
En el barrio empieza a construirse una barricada. Un guardia de Asalto con la guerrera desabrochada se ofrece. Se le manda a «escardar cebollinos». Circula el rumor de la muerte de Ascaso frente a Atarazanas. La última vez que hablé con él fue en una calleja de Zaragoza, una noche de ponencias, en pleno Congreso de la CNT. Le vi amargado. Habían sido duros con él por haber desconvocado, el 6 de octubre de marras, una huelga general que la Organización no había convocado. No fue sólo Ascaso sino el Comité Regional del que era secretario. Hoy ha querido resarcirse y ha recibido un balazo en la frente.
El general Goded ha capitulado. Una compañía de Asalto parlamenta la entrega del cuartel del Bruch. Nosotros, más parcos en protocolo, les hemos ganado la mano. Se convertirá en Cuartel Bakunin con nuestra bandera instalada en todo lo alto. Aquella noche velamos las armas, ahora verdaderos fusiles y ametralladoras. Convertimos en arsenal una ladrillería. La manía de esconder las armas. En la periferia no sabemos ni qué hora es. ¿Revolución, o un motín como tantos?
En una reunión de gente armada hasta los dientes, alguien cita a Kropotkin: «Si a la mañana siguiente de una revolución, el pueblo pasa hambre, la revolución fracasa». Organizamos el suministro. Intercambiamos con los campesinos de los alrededores. Abastecemos al pueblo y a los hospitales de sangre. Montamos un gran almacén colectivo, cuando aparece Facundo Roca enviado por el Comité Regional, con la consigna de organizar los Comités de Abastos. Le respondemos que ha llegado tarde. He estado toda una noche haciendo pan en una tahona cuyo patrón me había despedido injustamente. Al verme entrar, palidece. Le tranquilizo. Luego me entero que ha ingresado en la FAI.
Somos muchos, pero aún falta gente. Tras mi primer trago de sueño, Felipe Aláiz me reclama. Está haciendo Tierra y Libertad en los talleres de nuestro enemigo mortal La Vanguardia. No es la primera vez que Tierra y Libertad es diario. Ayudo en varios números, junto con Alfredo Martínez, que morirá un año más tarde. Ya hemos enterrado a Ramón Monterde. Viene, y me requisa, José Xena:
—Tienes que venir al Comité Revolucionario de Hospitalet.
—¿En representación de quién?
—En representación de la FAl.
—No pertenezco a la FAI desde…
—Has pertenecido y esto basta.
Y, quieras que no, la revolución es la que manda. Por el camino me informa:
—La pelota está en el tejado. Los fascistas dominan media España. Aquí mismo, la guardia civil todavía no se ha definido.
Asisto a las primeras reuniones del Comité Revolucionario y me muero de asco. Con ser mayoría aplastante, somos minoría. Hay dos partidos comunistas, uno abierto y otro disimulado, como siempre. Éste acaba de constituirse apresuradamente y se llama PSUC. Está el Partido Socialista clásico, milagrosamente resucitado; más la UGT, la Esquerra, Estat Català, los varios partidos republicanos y el POUM. Como a este último todos los comunistas le atacan, según consigna de Moscú, formamos alianza táctica con él. A pesar de todo somos minoría y hay que acariciar la pistola cuando se engallan.
En un momento de calma voy a Solidaridad Obrera. La redacción se ha trasladado. No está más que el administrador, Tomás Herreros. Con los ojos brillantes de júbilo me muestra la caja de caudales. Está repleta de billetes. El periódico, que en mi época de redactor no iba más allá de los 25.000 ejemplares, tira ahora cuanto quiere. Recuerdo las estrecheces que nos hacía pasar Herreros. Visito al director en el nuevo local de la Plaza de Cataluña. Liberto Callejas me cierra el paso:
—iAquí no entra nadie que porte armas!
Y como nadie deja de portarlas ni a sol ni a sombra, doy media vuelta. Callejas es un anarquista romántico; el tipo más extraordinario que he conocido.
El Comité Regional se ha instalado en la sede de la patronal catalana. La FAl ocupa la contigua «Casa de Cambó». El conjunto será Casa CNT-FAI. En un rellano, tropiezo con el viejo león Eusebio C. Carbó. Le interrogo con la mirada; comprende y contesta parcamente:
—Un sombrero demasiado ancho para nuestra pequeña cabeza.
En el Comité Revolucionario sigo aburriéndome. Felizmente consigo que me destinen a levantar el inventario de un nido reaccionario. Estoy harto de interceder en la salvación, de entre las uñas «revolucionarias» de curas y monjas disfrazados de civiles. Siento asco por la plebe y la maltrato si se ceba con el enemigo vencido, afanándose en alardear de méritos que nunca tuvo.
Llega de Lérida, Lorenzo Páramo. Quiere llevarme a viva fuerza a Acracia , que ahora es diario. Me resisto. Mejor me hago rogar y dice imperativo:
—Como antiguo colaborador estás obligado.
Lérida es la cenicienta de la Organización. Nos tenéis tirados como una colilla. Necesitamos refuerzos de valía y no los pistoleros que allí han llegado. No piensan más que en hacer «fiambres» y nos desprestigian. Por si no teníamos bastante con el POUM que nos odia cordialmente, ahora acaba de aterrizar el PSUC, dirigido por tipos que no conoce ni su madre. El POUM, con su diarioAdelante, y los otros, con UHP.
—¿Y tú qué? —interrumpo.
—Yo soy ahora el alcalde de Lérida.
Casi me desmayo. ¿Alcalde, un anarquista? Ya me iré acostumbrando. Más para librarme del Comité Revolucionario, me rindo. Afronto las iras de José Xena, quien me dice de todo. Hasta desertor frente al enemigo. Yo no tengo su aguante, su flema, su tenacidad con aquella pandilla de cínicos. Pero he puesto mis condiciones a Páramo.
—Te perdono que seas alcalde e ingresaré en Acracia a condición de declarar a Lérida municipio libre.
Acepta y acepto. Y, sobre la marcha, tras presentarme en la Paería, entramos en campaña. Disponemos del diario y de Radio Lérida. No tardamos en organizar un gran mitin-asamblea en el Teatro de los Campos Elíseos, donde la asamblea abierta, unánimemente, pone la primera piedra: la municipalización de la vivienda. Pero no tardan en marchar sobre Lérida los mandamases de Barcelona, llevando de cabestros a mandamases de la CNT-FAl: Jaime R. Magriñá y Aurelio Fernández, éste jefe del Departamento de Seguridad Interior. Intimidan al alcalde, pero la campaña sigue adelante.
¿Qué ha ocurrido en Barcelona? Dejemos que García Oliver (GO) nos los cuente. Según él, el 23 de julio, tras la derrota de la guarnición militar, la CNT había celebrado un Pleno de Locales y Comarcales en el que GO propuso la implantación del comunismo libertario. El Pleno estimó desquiciada la propuesta. A pesar de la enorme fuerza confederal y anarquista, ello no era suficiente sin apelar a la dictadura y ésta es contraria a nuestras ideas. 44 años después, en su El eco de los pasos, GO arremete furiosamente contra el Pleno que le dejó solo sin más respaldo que el Bajo Llobregat. ¿Fue sincero GO al proponer el «ir a por el todo». Antes de la guerra, ya había propuesto públicamente «la toma del poder» por la CNT-FAI. Pero también es cierto que al cesar en Barcelona la lucha callejera acudió con otros compañeros, entre ellos Durruti, al llamamiento del presidente Companys. Cierto también que aceptó la sugerencia de éste de constituir un organismo de gobierno con las demás fuerzas políticas, que entró en funciones inmediatamente, haciéndose cargo GO del departamento de Defensa. El Pleno Regional aludido, no importa lo que en él manifestara GO, no hizo más que sancionar un hecho consumado: el Comité Central de Milicias Antifascistas. El hecho de que este organismo se formase, dejando plantado al propio gobierno de la Generalidad, implica un arreglo forzado con Companys, el mismo día de la famosa entrevista, y el protagonismo en el arreglo del propio GO. Por lo tanto, no se comprende la doble actitud de éste, en la Generalidad primero y en el Pleno después, salvo que quisiera salvar la faz ante la historia. Partidario de «la toma del poder» en la tribuna del sindicato de la Madera, ponente del comunismo libertario en el congreso de Zaragoza y participante, con permiso de Companys, en el Comité de Milicias de Cataluña con los demás partidos y organizaciones, son cosas que no se ajustan. Menos se comprenden estas manifestaciones de GO tras las que hizo en el Pleno regional. A saber: «La CNT y la FAl se decidieron por la colaboración y la democracia, renunciando al totalitarismo revolucionario que había de concluir al estrangulamiento de la revolución y a la dictadura confederal y anarquista» .
Pero en su libro, El eco de los pasos, GO se permite otra versión: «Entre la revolución social y el Comité de Milicias optaba la organización por el Comité de Milicias. Habría que dejar que fuera el tiempo el que decidiera sobre quién tenía razón, si ellos, la mayoría del Pleno, con Santillán, Marianet y Federica y su grupo de anarquistas antisindicalistas, como Eusebio Carbó, Felipe Aláiz, García Birlán, Fidel Miró, José Peirats, o la Comarcal del Bajo L1obregat, que conmigo sostenía la necesidad de ir adelante con la revolución social, en una coyuntura que nunca se había presentado antes tan prometedora» (Op, cit. pág, 188).
GO, enamorado de la toma del poder, fue sin duda el primero en estar convencido, en el Pleno en cuestión, de la imposibilidad de tal empresa. El suyo pudo ser, pues, un gesto espectacular. Por mi parte, me interesa aclarar que no participé en el Pleno antedicho; ni siquiera me enteré de su celebración.
A principios de septiembre, Largo Caballero se hace cargo del gobierno central. Inmediatamente invita a la CNT a formar parte del gabinete. Esta, que empieza a sentirse erosionada en sus principios filosóficos con el paso por organismos de gobierno que ocultan su nombre, propone un gobierno que no se llame gobierno, con ministros que no se llamen ministros. Pretende cambiar el gobierno histórico por un Consejo Nacional de Defensa. Caballero comprende lo quebradizo de ese pujo de pudor y espera tranquilo. 66 años de afirmación antigubernamental no se borran de un plumazo. Se impone un plazo de reflexión. Se recurre a un pintoresco refrendo sin votos ni urnas, muy problemático en cuanto a la auscultación de la voluntad militante. Pero el 27 de septiembre, Cataluña precipita los acontecimientos. Allí, la CNT se incorpora al gobierno de la Generalidad de una manera cómica. «No se ha constituido un gobierno, sino un nuevo organismo propio de las circunstancias que se atraviesan y que se denomina Consejo de la Generalidad».
Companys y Largo Caballero saben esperar convencidos de que, dada la dualidad de poderes existente, las aguas irán a parar a sus molinos. En efecto, el «Consejo» o gobierno de la Generalidad no tardará en despojarse de su disfraz. Largo Caballero tendrá que esperar un poco más, pero está también convencido de que el pez gordo acabará por entrar en el garlito. En el primer caso, será el propio García Oliver en arrojar públicamente la toalla: «Hemos disuelto el Comité de Milicias, porque la Generalidad ya nos representa a todos».
El ejemplo se propagará como reguero de pólvora. A mediados de octubre se constituirá en Fraga, primero por solo hombres de la CNT, después mezclados con comunistas más o menos disfrazados, el Consejo Regional de Aragón. En las grandes y pequeñas ciudades funcionan los clásicos Ayuntamientos de colaboración. Y, vencidos los últimos remilgos, la CNT (y sotto voce la FAl) se incorporan al gobierno central. Lo anuncia una nota oficial la noche del 4 de noviembre mediante la constitución de un nuevo ministerio. Cuatro son los ministros: CNT, Peiró y López, FAI: Federica y García Oliver. Como he escrito en otro lugar, los ministerios concedidos fueron sólo dos. Industria (Peiró) y Comercio (López) habrían sido siempre un solo ministerio, y Sanidad (Federica) una Dirección General.
¿Qué podían hacer cuatro ministros anarquistas frente a seis socialistas, seis republicanos y dos comunistas? Desde Acracia, a partir del mes de agosto, habíamos ido tomando el pulso alterado de los acontecimientos con la vista fija en la revolución y la guerra. Para nosotros la revolución era la transformación económica que se iba produciendo en Cataluña y Aragón, algo en Levante y menos por todas partes. A este fenómeno le dedicábamos la máxima atención. Los domingos, los dedicábamos a recorrer las colectividades y visitábamos, también, los frentes, aventurándonos en las avanzadillas. Nuestra máxima preocupación era el maremágnum político en sus dos vertientes principales: Barcelona y Madrid, advirtiendo tristemente que en aquélla se jugaba el porvenir de la revolución. En éste, el de la guerra.
El «espía» que teníamos en teléfonos de Lérida solía «pincharnos» las conferencias de los partidos adversarios. El mismo me advirtió un mediodía que Durruti, desde su Cuartel general de Bujaraloz, estaba hablando por radio. Ya había empezado cuando empecé a tomar su discurso. Lo publicamos el día siguiente. Tratábase de una incitación a la lucha en el frente y retaguardia. Pero al contrastar mi versión con la de Solidaridad Obrera, no salí de mi asombro. La Soli publicaba a toda plana, entrecomillada, ésta frase atribuida a Durruti: «RENUNCIAMOS A TODO MENOS A LA VICTORIA». Repasé mis notas sin ver nada que se le pareciera. Si hubiera dicho esto al tomar el discurso no se me hubiera escapado. Yo era bastante hábil para tomarlos. Además conocía su estilo. El año anterior, al salir Durruti de la cárcel de Valencia, tuvo que ventilar un pleito con el sindicato del Transporte. Se le acusaba de haber reclamado el cese de la huelga de tranvías para que le dejasen en libertad los carceleros de la República. Negó la exactitud de estas manifestaciones y fue convocado a una reunión con el Comité de huelga.
—De acuerdo —dijo—, a condición de que se tome acta de la reunión por persona competente que yo elija. Por ejemplo, éste.
Y me señaló a mí. Estábamos en la redacción de Solidaridad Obrera. El debate tuvo lugar en el Montepío de Panaderos, calle de San Jerónimo.
Estaba seguro de que Durruti no pronunció nunca aquel «Renunciamos a todo». Y también seguro de que se lo habían colgado por conveniencias políticas. Si a algo no podía renunciar Durruti, era a la revolución. No pasó mucho tiempo sin que me diera razón cuando dijo al final de unas manifestaciones: «Nosotros hacemos la guerra y la revolución al mismo tiempo».
Indudablemente se estaba preparando algo gordo en Barcelona. En una escapada que hice a la meca de la revolución, me extrañó encontrar a Liberto Callejas en las Ramblas. A mi asombro contestó parca pero tristemente:
—¿Pero es verdad que no te has enterado?
La CNT acaba de ingresar en el gobierno de la Generalidad. En cuanto a mí, acabo de renunciar irrevocablemente a mi cargo de director de Soli. EnAcracia pronto tuvimos motivos suplementarios para disparar a cero contra el anarquismo gubernativo. Tirábamos contra el comunismo estalinista y recibíamos sus tiros. Polemizábamos con el POUM y no dejaríamos sin varapalo los resbalones monumentales, cada vez más groseros, de nuestros consejeros y ministros, cada vez más enzarzados en su aprendizaje de políticos. Recibían también su ración los que en tribunas y periódicos destapaban sus ocultas mañas. El nuevo director de Solidaridad Obreraimpartía en sus editoriales un catecismo acelerado de leninismo. He aquí parte de su saludo al ingreso de los cuatro ministros en el gobierno central:
«La entrada de la CNT en el gobierno central es uno de los hechos más trascendentales que registra la historia política de nuestro país. De siempre, por principio y convicción, la CNT ha sido antiestatal y enemiga de toda forma de gobierno. Pero las circunstancias, superiores casi siempre a la voluntad humana, aunque determinadas por ella, han desfigurado la naturaleza del gobierno y del Estado español. El gobierno, en la hora actual, como instrumento regulador de los órganos del Estado, ha dejado de ser una fuerza de opresión contra la clase trabajadora, así como el Estado no representa ya el organismo que separa a la sociedad en clases. Y ambos dejarán aún más de oprimir al pueblo con la intervención en ellos de la CNT. Las funciones del Estado quedarán reducidas, de acuerdo con las organizaciones obreras, a regularizar la marcha de la vida económica y social del país. Y el gobierno no tendrá otra preocupación que la de dirigir bien la guerra y coordinar la obra revolucionaria en un plan general. Nuestros camaradas llevarán al gobierno la voluntad colectiva y mayoritaria de las masas obreras reunidas previamente en grandes asambleas generales…»
¿Qué necesidad tenían en Cataluña la CNT y la FAI de atarse (el 11 de agosto de 1936) en pacto con el PSUC y su apéndice, la sui géneris UGT catalana, sabiendo al primero afiliado a la Internacional Comunista y a la segunda guarida de grandes, medianos y pequeños burgueses revanchistas, feroces enemigos de la revolución? Esta pacto antinatura, bendecido por el Cónsul General de la URSS en el multitudinario mitin de la Plaza de Toros Monumental, no tardaría en ser traicionado, dando cenetistas y faístas la impresión de estar trenzando la cuerda que les ahorcaría en un mes de mayo premonitor. Nuestros ministros empezaron también a dar bandazos. Juan Peiró, en un mitin en Valencia, se dolía de actos de indisciplina y de interferencias de los comités. El público se soliviantó al oírle afirmar «O sobra el gobierno o sobran los comités». Ante el tumulto, el orador trató de matizar, pero con azúcar resultó peor: «Los comités no sobran, lo que hace falta es que sean auxiliares del gobierno». Es decir, algo así como instrumentos.
Recuerdo que se me fue la mano en Acracia al comentar este incidente. Verdaderamente fui grosero al titular «iBotellero, a tus botellas!». Y aquí, como enmienda honorable, quiero engarzar una anécdota. En vísperas de mi partida para el frente, y como despedida de la retaguardia, accedí a participar en un mitin como orador. El mitin se celebraba en Mataró. Tuvimos una avería de automóvil y llegamos al local muy tarde. Un orador local tuvo que entretener al público en espera de que llegásemos los contratados para dar el espectáculo. Se trataba de Peiró, entonces ex ministro. Subí al escenario con aprensión. No le había tratado nunca pero había leído mucha de su labor periodística. Al vernos aparecer dio un suspiro de alivio e interrumpió su discurso de circunstancias. De pronto preguntó a los recién llegados: «¿Quién de vosotros es Peirats?». Informado, vino hacia mí. Lo menos que esperaba era un bofetón. Fue todo lo contrario. Abrió sus cortos brazos y me estrechó contra su pecho. Así era Peiró. No puedo menos que rendir este pequeño homenaje al mártir. Era un hombre bueno. Por las buenas, casi un niño. Se dejaba llevar. Por condescendencia cometió muchos errores. Pero a las malas, era una roca. Franco tuvo que fusilarlo antes de que cediera.
Nuestros ministros, no sé si todos, tuvieron que saborear en el gobierno el acíbar de la impotencia. No quiero dudar de su buena fe; sí de su imprevisión y digestión deficiente de las ideas para los momentos de prueba. Y de que trataran de amainar sus humores con banderillas de fuego a quienes menos las merecían. Por ejemplo, ésta de la ministro de Sanidad a quienes en resumidas cuentas salvaron el honor de la revolución: «Últimamente he estado varios días en Cataluña y me he dado cuenta de algo muy importante. He de ser, quizás, un poco dura en mis comentarios. Los que no sienten lo que directamente es la guerra, viven en juerga revolucionaria. Tienen las industrias y los talleres en sus manos, han hecho desaparecer a los burgueses, viven tranquilos, y en cada fábrica, en vez de un burgués hay siete».
Es incuestionable que hubo indisciplina y hasta brotes de burocratización precoces en un proceso de socialización revolucionaria sin modelo vivo en que inspirarse. ¿Pero ocurría de otro modo en la casa no barrida de los ministerios? ¿Qué hicieron nuestros elementos estelares para dar el ejemplo a nivel de pueblo? Las colectividades fueron obra espontánea de los militantes menos preparados. La crema militante había sido sorbida por los frentes de guerra o por los órganos de dirección política; órganos de dirección que no supieron o pudieron transformar según la pauta revolucionaria. Fracasado el Comité de Milicias, tardía la alternativa del Consejo Nacional de Defensa, nos limitamos a copiar lo que había.
¿Cómo rasgarse las vestiduras ante el caos creador? Los especialistas que tienen ojos en la cara han tenido que admitir que la revolución española fue un modelo de disciplina al pasar de la lucha de barricadas a la puesta en marcha de la máquina económica. Por el contrario, fue norma durante todo el curso de la guerra el zancadilleo político, la pugna entre partidos, y dentro de los partidos, las maniobras incluso al servicio de potencias extranjeras por excelentísimos señores ministros.
La misma organización confederal no evitó contagiarse de influencias centralistas. Su piedra clave, el federalismo, fue sacrificado, no siempre por exigencias de la guerra. El gobierno de la Generalidad fue un campo de Agramante, y el central un foco de intrigas. Las crisis de la Generalidad fueron antológicas. Una de ellas se prolongó durante un mes. José Xena, que las tramitaba, cansado de proponer a Companys nuevos consejeros confederales, que rechazaba de plano, tuvo la curiosa idea de pensar en mí, el gato escaldado del Comité Revolucionario. Inútilmente, por supuesto. Pero lo más trágico fue la impronta del centralismo en el derecho de opinión. La ofensiva de los comités superiores contra la prensa discordante fue haciéndose sistemática.
Se podían contar con los dedos de una mano los periódicos cimarrones:Acracia, de Lérida (hasta mayo de 1937); Ideas, de Hospitalet, Nosotros, de Valencia (hasta que se militarizó la Columna de Hierro); Tierra y Libertad (los dos o tres meses que la dirigió Felipe Aláiz) y RUTA (a trancas y barrancas, hasta el final). Frente a ellos un alud de periódicos, diarios y revistas bailando al son de la música de los comités superiores.
No cesaba la presión sobre la prensa libertaria desobediente, sometida, por otra parte a la previa censura gubernamental. Para acallar a esta prensa insumisa, el Comité Nacional de la CNT convocó una Conferencia nacional de todos los órganos de expresión que presidió el propio Secretario nacional Mariano R. Vázquez, en Barcelona. Concurrieron entre muchos: José García Pradas, por CNT; Eduardo de Guzmán, por Castilla Libre; creo que Floreal Ocaña, por Ideas, Baladá, por Ciudad y Campo; un portugués muy abierto porNosotros; Ramón Magro y yo, por Acracia, y el argentino Maguid, por Tierra y Libertad. Frente a los buenos, los malos declinamos suscribir el dictamen de la mayoría y nuestro voto particular fue derrotado. Tratábamos de reivindicar la libertad de expresión contra la línea única y la orientación oficial. Como represalia fuimos expulsados de Acracia todos los redactores, por el Comité Nacional.
Sin que pueda precisar la fecha, pero inmediatamente después de la toma de posición de nuestros ministros, la Oficina de Propaganda CNT-FAI de Barcelona convocó a una reunión de militantes de toda la región catalana. Con la debida antelación se había confeccionado un temario bastante amplio sobre los problemas que acuciaban al movimiento libertario, tanto en el frente como en la retaguardia. Dicha reunión tuvo lugar en el salón rojo. En representación de Lérida viajamos Lorenzo Páramo, Ramón Magro y yo. Jacinto Toryho, sustituto de Liberto Callejas en la dirección de Solidaridad Obrera, había organizado el acto y al demorarse mucho en abrirlo, de detrás de unos cortinajes del estrado, apareció la ministro Federica Montseny. Esta, sin más ceremonia, pronunció un largo discurso sobre la nueva teología del «circunstancialismo». Era de rigor que tras la peroración abordáramos el orden del día preceptivo. No hubo nada de lo dicho. Como si fuéramos coro de monaguillos, Toryho se dispuso a cerrar el acto. Indignado ante el silencio general pedí la palabra, y sin esperar a que se me concediera, tras protestar por la maniobra, rebatí cuanto pude del discurso magistral. Yo no sabía entonces que Federica, aunque siempre ha parecido muy mayor, sólo me llevaba unos cuatro años de edad. Digo esto porque por toda respuesta a mi arremetida dijo que se hacía cargo de mi fuga juvenil y me deseó maternalmente, aprender con la experiencia. Dos o tres asistentes, no más, hicieron uso brevemente de la palabra.
Después del mayo sangriento, fatal culminación de una serie alocada de concesiones para la reconstrucción de arriba abajo del aparato del Estado, nuestros representantes en uno y otro gobierno, no siendo ya necesarios, fueron despedidos como criadas no respondonas. No les quedó otro recurso que el pataleo. Cuatro discursos se pronunciaron en Valencia por los ministros desahuciados, todos de carácter lacrimoso:
Federica Montseny: «Yo, anarquista, que rechazaba el Estado, le concedía un margen de crédito y de confianza para hacer una revolución desde arriba. Revolución moral, revolución social, revolución de conductas y de costumbres. y . aquellos que debían estamos reconocidos porque dejábamos la calle y la violencia y porque cogíamos la responsabilidad en el gobierno encuadrándonos dentro de la legalidad que otros hicieron, no han cesado hasta conseguir que nosotros, los revolucionarios de la calle, volviéramos a la calle».
Juan López: «Pero aquí viene la explicación de nuestra gestión frente a un departamento, y es ésta: no se ha efectuado nada constructivo en el aspecto económico; no por razones de orden técnico ni de confianza en las personas, sino por razones de índole política. Cuando se reúnen siete personas para discutir y ponerse de acuerdo acerca de un problema, y entre éstas cinco personas piensan de una manera y dos piensan de otra, el resultado de esa reunión no puede ser fructífero si no existe la voluntad de respetar a la minoría, si no existe la decisión de armonizar el criterio de los menos con el de los más».
Juan Peiró: «Podría deciros que a cada iniciativa presentada por el ministro de industria hemos tropezado con un sabotaje cordial, muy amistoso. La CNT ha aceptado una responsabilidad de gobierno y la ha aceptado con entera sinceridad renunciando a casi todos sus postulados, ateniéndose a la realidad de esta hora histórica que vive España. Tanto es así que yo puedo decir que, de tan sinceros que hemos sido, nos hemos comportado como unos perfectos ingenuos, y de esta ingenuidad han querido sacar partido aquellos que quizás estuvieran interesados en no sacar tanto partido».
Sería injusto, incluso irresponsable, no tener en cuenta el peso que las circunstancias tuvieron en la actitud de los anarquistas al enfrentarse con la fase política de la revolución. Todo o casi todo se jugó a partir de los primeros compases. Dos factores fueron clave: la guerra civil y la obligada colaboración. Pero, menos los libertarios, todos los sectores políticos, curtidos en estos menesteres, supieron desenvolverse, con raras excepciones, indecentemente. La guerra civil condicionó todas las actitudes, tanto positivas como negativas. Además, una guerra civil no es una guerra cualquiera. Se suele decir con razón que la guerra civil es la más incivil de las guerras. Nuestros adversarios la habían planteado en términos de exterminio y, en gran parte, cumplieron su propósito. Si no queríamos ser masacrados hasta el último de nuestros ancianos y nietos, sin respeto para nuestras mujeres, teníamos que defendemos con uñas y dientes. Ningún sector por sí solo, sin ayuda de los demás, podía asumir esta tarea. Se impuso, pues, la colaboración. ¿Por qué fracasó ésta? Se acusa a la colectivización. Es decir, a la revolución. Pero la colectivización no podía dañar los objetivos de la guerra. En todos los países capitalistas existen colectividades en forma de cooperativas y hasta federaciones de cooperativas. Las había en España antes del 19 de julio. Y si se trata de expropiaciones, la reforma agraria las contemplaba. El Estado español ha recurrido varias veces a la expropiación bajo el eufemismo de utilidad nacional. La Iglesia y las órdenes religiosas fueron expropiadas cuando las guerras carlistas con el apelativo de la desamortización. Todos los partidos de izquierda propiciaban la expropiación de los latifundios e incluso de las tierras municipales irredentas. Tanto la Generalidad como el Estado central se apoderaron de los Bancos y Cajas de Ahorro al principio de la guerra civil, y dispusieron de sus fondos sin contar con los accionistas y cuentacorrentistas. El oro del Banco de España lo embarcó el gobierno para la URSS. Las colectividades industriales pusieron en marcha la producción contribuyendo al orden económico. Yen el campo, las incautaciones de las propiedades facciosas no fueron vendidas como hiciera Mendizábal en el siglo pasado, a los ricos mejores postores.
Se impuso la colaboración para defendernos del fascismo y para ganar la guerra. Pero sólo los anarquistas, el POUM y el sector caballerista, se excedieron en jugar limpio. Los demás iban a lo suyo, a remolque del Partido Comunista, único beneficiario de la «ayuda» soviética y provocador de los hechos de mayo bajo inspiración del Cónsul General Ovssenko.
Kropotkin ha dedicado un libro al instinto de apoyo mutuo entre los animales de la misma especie. Pero está visto que este instinto no está desarrollado todavía en la especie hombre-político. Los políticos profesionales y la mayoría de sus colegas de la clase media no pudieron digerir nunca que el movimiento obrero organizado hubiera decidido en Barcelona la batalla contra el fascismo. Este complejo de frustración y la duplicidad de poderes a que fueron castigados en los primeros meses de la contienda, alimentaron en ellos el poso torvo del desquite a todo evento, incluso el de situar los intereses de la guerra por debajo de sus mezquinas ambiciones. Recuperar el poder, todo el poder, para sí y sus compinches, fue una obsesión enfermiza. Su bélica demagogia, «todas las armas al frente», «primero ganar la guerra», se traducía fácilmente por el regreso a las plácidas digestiones que había turbado la revolución.
Por desgracia, no faltaban pretextos para enviar todas las armas al frente, excepto las suyas, las de los cuerpos pretorianos constituidos a toda prisa, por ejemplo, para tomar la importante Central Telefónica. Para desgracia, también, los comités superiores de la CNT-FAl, ingenuamente o no, mordieron en todos los cebos y, de concesión en concesión, llegaron al extremo de desfigurar un movimiento, el único en Europa y América que mantenía una personalidad histórica.
¿Cabía otra alternativa que la asumida oficialmente por la CNT-FAI? Es difícil contestar esta pregunta; y cómodo; además, dada la perspectiva de tantos años. Sin embargo, podemos argü̈ir que, evidentemente, no valía la pena sacrificar tanto, enfrentarse con los propios compañeros, para tener que vivir de prestado y ser a la postre defenestrados. Existe la forma de asumir una dificultad entregándose sin resistencia; y hay la de resistencia en aquello que nunca hay que hacer. El dilema de lo que se puede hacer y lo que nunca hay que hacer se le plantearía a Juan Peiró al ser extraditado a la cárcel de Valencia. Podía salvar su vida aceptando la sugerencia de dar su espaldarazo a los sindicatos fascistas. Sin embargo, contrariamente a la opción que le llevó a ser ministro, optó por lo que no podía hacer.
El alegado circunstancialismo de la CNT-FAl no era fatalista. Fatales son las leyes naturales, pero todavía discuten los sabios sobre el voluntarismo o no de la persona humana. Lo incuestionable es que el revolucionario no puede ser fatalista. El fatalista deja salir a las tropas fascistas de sus cuarteles, convencido que nada puede hacer contra ellas. Todo lo contrario del caso de la CNT-FAI, el 19 de julio. ¿Por qué luego el fatalismo de las circunstancias? Por otra parte, nunca dieron la impresión algunos teólogos del circunstancialismo de estar asumiendo sus cargos oficiales circunstancialmente.
El movimiento libertario se había caracterizado por un comportamiento propio a lo largo de sus 66 años de existencia. Abandonarlo bruscamente por otro comportamiento, no sólo distinto sino diametralmente opuesto, tenía que producir un trauma tremendo no sólo en sus filas sino en sus figuras sobresalientes. Se entabló una carrera de obstáculos de adaptación abandonista de lo propio por lo ajeno, sin otro resultado que dejar de ser lo que firme y sólidamente se había sido para convertirse en algo infuso y vacilante, además de personal y colectivamente vulnerable. De ahí que a todo lo largo y ancho del conflicto fuéramos a remolque, no de circunstancias imponderables, sino de maniobras concretas de pícaros encallecidos. Sólo a nivel de los centros de producción y de los sindicatos, marcamos pautas originales para la historia revolucionaria futura. De esta línea no debió jamás apartarse el movimiento libertario, durante y después de la guerra. Era nuestro legado a las futuras generaciones. La vuelta a la oposición prometida después de la crisis política de mayo del 37 no tuvo mañana. Fue una torpe maniobra demagógica, y hasta el desastre militar de Cataluña, el Comité Nacional de la CNT, depositario por voluntad de un Pleno nacional de todo el movimiento, del liderazgo absoluto, se limitó al vergonzoso papel de pedigüeño de una migaja de ministerio. Y la Anarquía llorando en un rincón.