La mentira de la colza por Andreas Faber-Kaiser
La ocultación de la verdadera causa del Síndrome Tóxico impidió la curación de miles de españoles.
Mientras la Ciencia a los 3 meses ya sabía QUE NO PODÍA SER EL ACEITE
DE COLZA, el Poder ACUSABA Y ENCARCELABA a los industriales del ACEITE
DE COLZA.
Mientras la Ciencia a los 8 meses ya sabía COMO CURAR A LOS AFECTADOS,
el Poder ocultaba a más de 60.000 enfermos la POSIBILIDAD DE SU
CURACIÓN.
PACTO DE SILENCIO
En la primavera de 1981 fueron envenenados más de 60.000 españoles. Más de 700 de ellos, murieron
1.
Desde entonces y hasta hoy, los gobiernos de UCD y del PSOE han
centrado sus esfuerzos en impedir que el auténtico criminal salga a la
luz pública. Había que borrar por todos los medios las huellas que
conducían al foco de la intoxicación. Se llegó así a un oscuro montaje
de los distintos sectores del Poder y de los servicios de inteligencia,
para conformar el efectivo «pacto de silencio» que debía evitar que se
supiera que aquí se aplicó a seres humanos una nueva combinación
química, aplicable en el futuro a una posible guerra química.
ENFERMEDAD NUEVA
Hagamos un poco de historia de este complejo asunto: a principios de
mayo de 1981 se detecta una enfermedad nueva en España, que afecta
rápidamente a un creciente número de individuos. En los primeros días
surgen diversas hipótesis de urgencia sobre el origen que desencadenó la
epidemia, hasta que el gobierno anuncia por televisión que la culpa de
todo la tiene una partida de aceite de colza desnaturalizado,
distribuido en venta ambulante. Los industriales y comerciantes que han
intervenido en el proceso de importación, manipulación y distribución de
este aceite son quienes se sentaron en el banquillo de los acusados.
Pero a lo largo de estos años ha habido una serie de científicos que han
evidenciado que el aceite pesuntamente tóxico no pudo haber sido el
causante de la tragedia.
Simultáneamente, otros investigadores han ido siguiendo una pista
distinta, que conduce a un origen mucho más lógico para la epidemia, si
tomamos en consideración todos los elementos que conformaron la
intoxicación detectada en 1981. Esta pista tiene su punto de partida en
una combinación insecticida, concretamente un combinado nematicida
organotiofosforado que envenenó a las más de 60.000 víctimas al consumir
éstas tomates de una determinada partida tratada con el aludido
insecticida.
La investigación por vía judicial de esta posibilidad, así como de
cualquier otra hipótesis plausible con respecto a la causa real de la
enfermedad, investigación que no debería de finalizar hasta lograr
demostrar fahacientemente cuál fue el indiscutible desencadenante de la
tragedia, es el camino que debe de desembocar en el auténtico juicio del
síndrome tóxico, con reparto de responsabilidades a quien realmente y
en justicia corresponda.
LA CURACIÓN NO INTERESABA
La gravedad del problema se acentúa por la circunstancia de que por
lo menos desde finales de julio de 1981 el goberno estaba
suficientemente bien informado de que no era posible que el aceite fuera
el causante de la eipdemia. Desde aquel momento cuando menos debía de
haberse incentivado con todos los recursos posibles el análisis de las
otras posibilidades que se barajaban para el posible origen de la
enfermedad, posibilidades que ya estaban también a finales de julio de
1981 sobre la mesa de quienes empuñan las riendas del poder. Eso era
prioridad absoluta puesto que había personas que se estaban muriendo y
se imponía la urgente necesidad de conocer el origen del mal para poder
intentar la curación adecuada de los afectados.
Meses más tarde, pero siempre dentro del mismo año 1981, el
Ministerio de Sanidad queda ampliamente informado de la posibilidad de
que determinado insecticida organotiofosforado podría haber
desencadenado la nueva enfermedad. Pero no actúa en consecuencia.
Y a mi entender la cosa se agrava aún más cuando 8 meses después de
aparecer el primer caso de síndrome tóxico, un médico militar, el
teniente coronel Luis Sánchez-Monge Montero, envía al gobierno, al
INSALUD, «para que lo leyera Valenciano», me diría, refieriéndose con
ello al Dr. Luis Valenciano, a la sazón Director General de la Salud
Pública, un informe en el que afirmaba que el origen de la grave
enfermedad radicaba en un veneno que bloqueaba la colinesterasa, y en el
que explicaba cómo había que curar a los enfermos. Mas adelante
definiría este veneno como un compuesto organofosforado. No se trataba
de una aventurada teoría: el Dr. Sánchez-Monge ya había curado para
entonces particularmente a unos cuantos afectados. Lo cual quiere decir
que tal vez no todas, pero decididamente muchas de las 60.000 víctimas
podrían estar curadas desde 1982. Pero nadie reacciona en el INSALUD ni
en la Dirección General de la Salud Pública. Mas la gravedad de la
inhibición oficial no termina allí. El Dr. Sánchez-Monge envía también
un informe sobre sus evaluaciones y curaciones a la publicación
especializada «
Tribuna Médica», que lo reproduce en la
página 8 de su número 937, correspondiente al 19 de marzo de 1982. Yo me
imagino que el Ministerio de Sanidad debe de estar puntualmente
informado de cuantas noticias interesantes se publican en un semanario
de las características de «
Tribuna Médica». De modo que me
imagino al Sr. Ministro enterado de que hay un médico que está afirmando
haber curado a una serie de pacientes de la enfermedad conocida por
síndrome tóxico, enfermedad nueva y desconocida en cuanto a su
tratamiento, y que en aquellos momentos configuraba el problema número
uno planteado a la Sanidad española con carácter de extrema urgencia
permanente, hasta su total resolución. me imagino que en estas
circunstancias el máximo responsable de la salud de sus conciudadanos lo
dejará todo para leer lo que escribe un médico que afirma haber logrado
la curación de unos cuantos afectados. Y al minuto siguiente de
concluir esta lectura, me imagino al aludido velador de nuestra salud
telefoneando al médico en cuestión, para tenerlo al cabo de una hora en
el Ministerio de Sanidad y discutir con él sus experiencias con la
finalidad de aplicarlas —en el supuesto de que realmente resultaran
positivas— al resto de la población afectada por la misma epidemia. Pues
no. Nadie, ni desde el INSALUD ni desde el Ministerio de Sanidad, se
acercó a ver que más tenía que decir el único médico español que había
logrado salvar vidas y aliviar a enfermos de la masiva intoxicación.
De lo que se trataba precisamente —a la vista de toda la evolución
del problema, y tal y como lo documento ampliamente en el libro
Pacto de Silencio
(Compañía General de las Letras, Barcelona, marzo 1988)— era de no
curar a los enfermos, para evitar así el que se descubriera el verdadero
orígen del envenenamiento.
Solamente así cobra sentido el trato oficial dado al Dr. Antonio Muro
y Fernández-Cavada, director en funciones del Hospital del Rey, en
Madrid. Cuando el Ministerio de Sanidad todavía seguía dictando que el
origen de la enfermedad había que buscarlo en un micoplasma, de
transmisión aérea, y de entrada en el organismo por vía respiratoria, el
Dr. Muro ya afirmaba el 10 de mayo de 1981 —a los 10 días de detectada
la enfermedad— que eso era imposible, y que la vía de transmisión era
necesariamente —dadas las características de la sintomatología— la
digestiva. «Si se hubiera enfocado la enfermedad por vía digestiva desde
el mismo día 10 de mayo en que se dijo, se habría muerto menos gente y
la investigación se habría enfocado en otro sentido», me diría el hijo
del difunto Dr. Muro, mientras el letrado Juan Francisco Franco Otegui
denunciaba ante el Parlamento Europeo el 26 de octubre de 1986 que el
gobierno había condicionado los diagnósticos, ocultado o retrasado el
reconocimiento de síntomas de la enfermedad, y manipulado resultados
analíticos para añadir que «paralelamente, la Administración impidió el
desarrollo de hipótesis alternativas valiéndose de todo tipo de medios
incluídos la ocultación y falsificación de todos aquellos datos que
exigían la apertura de nuevas líneas de investigación.»
EL SILENCIO DEL PACTO
Esas líneas eran las que había que cercenar en el momento mismo en
que comenzaban a brotar. La planta de la verdad no debía crecer, porque
en su configuración iba implícito el nombre de quienes habían envenenado
realmente a más de 60.000 españoles.
Un ejemplo más: el Dr. Muro, desesperado por el hecho de que las
altas instancias sanitarias del país hacían caso omiso de sus
indicaciones acerca de la forma en que había que llevar la
investigación, se lanzó el día 13 de mayo de 1981 a predecir nuevos
focos de afectados: dado que había seguido la pista de la enfermedad y
había logrado dar con la red de distribución del producto venenoso,
notificó en la tarde del 13 de mayo a los doctores Munuera y Cañada
—subdirector general de programas de Sanidad— dónde exactamente iban a
aparecer nuevos casos de afectados al día siguiente, con especificación
de poblaciones y de calles. Al día siguiente, 14 de mayo, aparecieron
efectiva y puntualmente estos nuevos afectados en las poblaciones y en
las calles indicadas por el Dr. Muro. Pero en vez de que ello sirviera
para que el Ministerio de Sanidad se decidiera por hacerle caso, sirvió
para todo lo contrario: al día siguiente, 15 de mayo, un telegrama del
Ministerio ordenaba el cese fulminante del Dr. Antonio Muro y
Fernández-Cavada de su puesto de director en funciones del Hospital del
Rey.
Ese cese fulminante, así como la renuncia a acelerar la curación
efectiva de los enfermos —se estaba a tiempo de lograr esta curación
efectiva si se hubieran escuchado las voces que iban bien encaminadas—
debía necesariamente de obedecer a muy poderosas razones que nada tienen
que ver con la Sanidad, ni siquiera con el propio gobierno español. Era
el precio que se cobraba el silencio del pacto.
MÁS INTERÉS EN LOS EE.UU. QUE EN ESPAÑA
Eso ya se notó días antes, cuando el Dr. Angel Peralta Serrano, jefe
del departamento de Endocrinología del Hospital Infantil de la Ciudad
Sanitaria de La Paz, de Madrid, en artículo publicado en el diario «Ya»
de fecha 12 de mayo de 1981, y después de informar que al INSALUD le
habían sobrado 17.000 millones de pesetas aquel año (¡Cuanta urgencia y
efectividad podría haberse aplicado a la resolución de la nuva
enfermedad!), afirmaba, refiríendose al síndrome tóxico, que en su
opinión los cuadros clínicos que se habían presentado en aquellos
primeros días, mejor se explicaban por una intoxicación por insecticidas
organofosforados, que no por una simple infección viral (neumonía
atípica). El artículo en cuestión fue replicado al día siguiente por el
entonces Secretario de Estado para la Sanidad, Luis Sánchez-Harguindey
Pimentel, en carta abierta publicada en el mismo rotativo, con lo cual
el mencionado Secretario de Estado evidenciaba estar perfectamente al
corriente de lo expuesto el día anterior por el Dr. Angel Peralta. Pero
tampoco reacciona, ni obra en interés de los enfermos. Esa historia,
como dije en el párrafo anterior, parece que no va con el gobierno
español: «Ya» es un diario matutino (ojo al dato). Porque el mismo día
12 en que aparece el artículo del Dr. Peralta hablando por primera vez
de organofosforados, una llamada telefónica de Madrid —del Dr. Gallardo
del Centro Nacional de Virología y Ecología Sanitaria— a Atlanta, en el
estado norteamericano de Georgia, pide ayuda al Epidemiology Program
Office del Center for Disease Control (CDC). Que envía a Madrid al
epidemiólogo William B. Baine. Tal y como manifestría más tarde la
eurodiputada Dorothee Piermont, investigadores y víctimas implicadas son
de la opinión de que datos, historiales clínicos y documentos
establecidos con ocasión de la visita del epidemiólogo norteamenricano,
fueron transferidos íntegramente al CDC estadounidense, no siendo por
tanto accesibles ya a los investigadores españoles que consideran falsa
la hipótesis del aceite.
Para finalizar este tema, quiero dejar constancia de la sorprendente
realidad de que cuando el síndrome tóxico —sin estar resulto ni
muchísimo menos— deja ya de ser un tema de importancia para las
autoridades españolas, lo sigue siendo de forma prioritaria para los
Estados Unidos. Esto sólo ya es un escándalo en sí mismo. ¿Es que los
americanos querían patentar en su país el sistema de desnaturalización y
re-naturalización de aceite de colza que habían aplicado quienes se
sentaron en el banquillo de la Casa de campo? Que nadie se engañe: más
bien estaban al corriente desde el principio de lo que realmente
aconteció aquí en la primavera de 1981. El detalle que cito aparece
textualmente en la hoja 4ª del Acta de la sesión del 17 de noviembre de
1983 del Pleno de la Subcomisión de Investigación Clínica de la Comisión
Unificada de Investigación, integrada en el Plan Nacional para el
Síndrome Tóxico dependiente de la Presidencia del Gobierno. Citando una
intervención del Dr. Manuel Posada de la Paz, puede leerse allí: «
A
continuación expuso la relación de trabajos que se van a enviar para ver
si pueden ser subvencionados por la vía del convenio Hispano-Americano.
Dicho convenio está basado en un dinero que Estados Unidos paga al
Gobierno español por las bases americanas, que se invierte en proyectos
de investigación conjuntos para ambos países. Hace un año el SAT
(síndrome del aceite tóxico) era un tema prioritario para los dos
países, pero en el momento actual no lo es para España aunque los
americanos siguen muy interesados.
»
¿ACEITE O TOMATE?
La línea de investigación propugnada por la Administración
desembocaría por ende en la suposición de que la nueva enfermedad fue
producida por la ingestión de determinada partida de aceite de colza
desnaturalizado, importado de Francia y sometido a un proceso de
renaturalización (extracción o separación del producto colorante en
España), mientras que la investigación emprendida por el Dr. Muro y su
equipo desembocaría en la suposición de que la enfermedad fue producida
por el consumo de una partida de tomates tratados con un compuesto de
insecticidas organotiofosforados, cultivados en Roquetas de mar, en
Almería.
NO PUDO SER EL ACEITE
Uno de los pilares en los que basan su acusación quienes argumentan
que el origen del síndrome tóxico radica en el aceite de colza
desnaturalizado, es el hecho —dicen ellos— de que la enfermedad comienza
a decaer desde el momento en que deja de ser consumido el aceite
sospechoso: el 10 de junio de 1981 se anuncia por vez primera por TVE la
posible relación de unos aceites sospechosos con el origen de la
enfermedad. El 17 de junio se da la orden de retirada de estos aceites
sospechosos. Y el 30 de junio de 1981 comienza la operación efectiva de
canje de los mismos por aceite puro de oliva. A partir de este día,
según la tesis oficial, comienza a remitir la enfermedad, comienza a
decaer la curva de incidencia de entrada de nuevos enfermos en los
hospitales. pero esta opinión oficial está falseada. Porque observando
la curva real de dicha incidencia, la enfermedad —el ingreso de nuevos
enfermos en centros hospitalarios— decae espontánea y verticalmente a
partir del 30 de mayo, o sea un mes antes de que a la gente se le
quitara el aceite presuntamente tóxico, y fecha anterior incluso a
conocerse por los medios de comunicación de forma no oficiosa que el
aceite era el causante del síndrome tóxico.
Hay naturalmente otras muchas consideraciones básicas que excluyen la
posibilidad de que el aceite de colza desnaturalizado fuera el causante
de la tragedia.
Por ejemplo: si fuera el aceite el causante, ¿cómo se explica la
discriminación intrafamiliar? Esto es: ha quedado constatado que es muy
rara la afectación de toda la familia, puesto que siempre permanecen
invulnerables alguno o algunos de sus miembros. Por lo que, dado que el
aceite en una cocina como la española es consumido por todos, éste es
difícilmente el vehículo del tóxico.
Lo mismo cabe argumentar para la discriminación interfamiliar.
Intrafamiliar es dentro de la misma familia, en la composición de la
familia. Interfamiliar es en cambio entre familias, la discriminación
que la enfermedad hace entre una familia y otra. Pues es sabido que el
"garrafista" ha vendido a lotes completos de vecinos, y solamente han
enfermado por ejemplo los del 2º F, los del 7º C y los del 1º B,
mientras que el resto permanecen sanos, a pesar de que las garrafas se
habían llenado en el mismo momento, del mismo tanque, y fueron vendidas
el mismo día. Etc. etc.
LOS CATALANES, GENÉTICAMENTE DISTINTOS
Curioso y absolutamente determinante, por sus características tan
paradójicas con respecto a la epidemia del síndrome tóxico, es el caso
del circuito catalán de comercialización del aceite supuestamente
tóxico. estas características vuleven a ser un elemento más de los
varios que, por sí solos, ya refutan la hipótesis del aceite fraudulento
como vehiculizador del tóxico que causó el citado síndrome tóxico.
Resulta que durante el año 1981 se distribuyó en Cataluña aceite
fraudulento de composición semejante al distribuído en la región
central, que por ello también fue declarado como aceite tóxico en aquel
momento. La cantidad de aceite cpmercializado en Cataluña fue superior a
350.000 kg. Pues bien, pese a haber sido distribuida toda esa cantidad
de aceite y haberse vendido al público durante varios meses de 1981, no
se tiene constancia de la existencia de ningún afectado original de la
zona catalana.
Pero lo más sorprendente del caso es que una de estas marcas
concretament 'El Olivo', fue también distribuida en Castilla, sobretodo
en Madrid capital y poblaciones limítrofes. Pues bien, este aceite
oriundo de Cataluña, en donde no provocó ningún afectado, al ser
consumido en Madrid provoca automáticamente afectación. ¿Es posible que
las partidas destinadas a Castilla sean tóxicas y las que se quedan en
catalunya sean inocuas? ¿O acaso —como apuntó un letrado de la Defensa
durante el juicio— debe atribuirse este fenómeno a una distinta
composición genética o reacción sensible de catalanes y castellanos?
Mucho más lógico que buscarle estos tres pies al gato, resulta
concluir que el aceite no tuvo en realidad nada que ver con el síndrome
tóxico. Nada, excepto que formaba parte en muchos casos del mismo plato
que también contenía los tomates que llevaban el tóxico.
NO HABÍA TÓXICO EN EL ACEITE
Buscando un punto de apoyo que justificara la inculpación del aceite
de colza desnaturalizado, la opinión oficial argumentó que el tóxico se
hallaba en las anilinas que se usaron para su desnaturalización (tinte),
y en su defecto en las anilidas que estas anilinas originaron durante
el proceso de re-naturalización efectuado en España. pero resulta que
—como muy ampliamente lo documento en el citado libro Pacto de Silencio—
el aceite sospechoso no contiene tóxico alguno, ni de anilinas ni de
anilidas ni de tipo alguno. Así lo manifestaría por ejemplo la Dra.
Renate Kimbrough, del CDC de Atlanta, USA, el 10 de febrero de 1985 a la
televisión alemana: «No hallamos ningún indicio que señalara que el
aceite fuera el causante del síndrome tóxico. Además, muchos otros
laboratorios en Europa han intentado hallar alguna sustancia tóxica en
estos aceites, y tampoco tuvieron éxito alguno.»
Añadiré que a la vista de todos los datos que hoy poseemos, se hace
no ya difícil, sino absolutamente imposible, mantener que el aceite de
colza desnaturalizado fuera el desencadenante del envenenamiento masivo
de la primavera de 1981 en España. Tal posibilidad ha quedado descartada
por los nulos resultados arrojados al respecto tanto por la
investigación toxicológica, como por la bioexperimental y también por la
epidemiológica.
LOS TOMATES VENENOSOS
Si el aceite no fue el causante de la tragedia, ¿por qué la
Administración ha venido fomentando la idea de que fue este agente el
que envenenó a tantos administrados? ¿Por qué ha cerrado sus oídos a
tantas voces que indicaban —algunas susurrando pero otras gritando— que
ese no era el camino y que en cambio había otro que permitía llegar al
foco de la epidemia e incluso a la curación de los afectados? En buena
lógica, igual daba que la fisura de los controles oficiales quedara
descubierta en el negocio del aceite, como en el negocio del tomate.
Puestos a tener que reconocer un fallo en el sistema, tanto daba una que
otra variante. La única diferencia estriba en que por la vía del aceite
solamente se descubre un fraude alimenticio, mientras que por la vía
del tomate se descubre una imprudencia temeraria tras la cual se puede
esconder un error dirigido. Solamente así se explica la actitud oficial
frente a este problema. Como diría en su momento el entonces
subsecretario de Sanidad del Ministerio socialista de Ernest Lluch, Dr.
Sabando, lo del síndrome tóxico no es un problema del Ministerio de
Sanidad, ni de ningún otro Ministerio; es un problema de Guerra, Felipe
González, CESID, y luego, por decir algo que lo englobe todo alrededor,
digamos KGB-CIA: este es el único problema, y de ahí no lo podemos
sacar.
EL ORIGEN DEL DRAMA
Recordemos la historia que llevaba al origen del drama: el 15 de mayo
de 1981 el Dr. Antonio Muro y Fernández-Cavada es destituído como vimos
de sus funciones de director del Hospital del Rey, a causa de los
aciertos evidenciados en la investigación de la etiología del síndrome
tóxico. El causante real no debía salir a la luz pública. A partir del
mes de julio del mismo año 1981, y llevando ya la investigación de forma
privada, el Dr. Muro enuncia su hipótesis de que el síndrome tóxico ha
sido causado por un producto fito-sanitario, un organotiofosforado,
vehiculizado por una partida de tomates o pimientos. Desde entonces y
hasta su muerte en 1985 —de un cáncer de pulmón, al igual que Rosón, que
moriría al año siguiente y que era otro de los pocos que estaban
perfectamente al corriente de lo que había sucedido— se dedicó sin
tregua a estudiar el consumo de tomates en los afectados, a reconstruir
la comercialización de los mismos, llegando a localizar —mediante un
laborioso proceso de retroceder desde el afectado al productor— al
posible agricultor y al posible campo en donde se plantaron. Se había
comenzado a desandar el camino que llevaba hacia los organofosforados,
como causantes de la intoxicación masiva de la primavera española de
1981.
De acuerdo con las averiguaciones del Dr. Muro, el desencadenante del
envenenamiento fue una partida de tomates, cultivados en Roquetas de
Mar (Almería), y previamente tratados con un compuesto
organotiofosforado, el fenamiphos (comercializado con el nombre de
Nemacur), combinado con isofenphos (comercializado con el nombre de
Oftanol). Cabe remarcar que el isofenphos es el producto que habría
causado la característica neuropatía retardada acusada por los
afectados, y que la partículo "tio" (en el compuesto
organo-tio-fosforado) alude a la presencia de azufre en la mortal
combinación. Combinación por lo tanto fosforada y azufrada. Así lo
dejaría escrito el Dr. Muro:
«El nematicida fitosistémico Nemacur-10, prohibido en
varios países por su alta peligrosidad, e introducido en España por
primera vez pocos meses antes de la epidemia del síndrome tóxico, es un
organotiofosforado del grupo fenamiphos
(4-[metiltio]-m-toliletil-isopropilamidofosfato) que, de no respetarse
sus muy dilatados intervalos de seguridad (mínimo de tres meses), se
convierte dentro del fruto en un fitometabolito derivado
extraordinariamente agresivo —su toxicidad se potencia unas 700
(setecientas) veces— y cuya composición exacta parece ser alto secreto
militar. Las partes fundamentales de su molécula y su acción bloqueante
irreversible de la acetilcolinesterasa, explica extraordinariamente
bien, pese a los desmentidos globales de la OMS, la patogenia y cuadro
clínico observados en el síndrome tóxico. Los tomates contaminados son
semiselectos de la variedad 'lucy', razón por la cual su consumo no ha
afectado a clases o zonas urbanas adineradas.»
ARSENAL QUÍMICO
Aporto estas consideraciones porque se observa —cuando se analiza
todo este asunto en detalle— que el pacto de silencio que aquí salta a
la vista, sólo puede justificarse por la extrema gravedad de lo
realmente ocurrido. Para ello conviene recordar que los organofosforados
se hallan en la base del moderno armamento químico como también
conviene recordar por qué se estaba demorando el acuerdo de desarme
químico entre los Estados Unidos y la Unión Soviética: la creación del
arma química binaria hace imposible cualquier tipo de control
internacional, debido a que su producción puede ser organizada
secretamente incorporándola en cualquier empresa química privada.
Implica la experimentación con nuevos tipos de agentes químicos en la
industria de herbicidas, entre otras, existiendo la posibilidad de
evitar las inspecciones en las unidades y empresas que pertenezcan a
sociedades privadas o multinacionales. Cabe señalar que Nemacur y
Oftanol son productos de la multinacional Bayer. Es importante por lo
tanto que al enjuiciar lo sucedido en España con el síndrome tóxico, se
tenga presente que la industria química privada multinacional ofrece la
única posibilidad de ensayo impune en el supuesto de un acuerdo
internacional de suspensión de la experimentación y almacenamiento de
armamento químico
Esto lo sabía perfectamente Juan José Rosón, al igual que cabe
suponer lo saben perfectamente el teniente general Emilio Alonso
Manglano, el coronel Catalá y el general Cassinello, por citar solamente
a algunos conocedores del tema.
Fuente: http://andreas.faber.cat/articulos/denuncia/sindrome-toxico/