Por un control de la técnica.
Debemos recuperar el control de nuestros medios. Si no reducimos el progreso técnico a la condición de un instrumento, y ese es el significado de la bomba atómica, pereceremos aplastados por las fuerzas que hemos desatado. Similares a Dios por el suicidio. Tenemos que volver a aprender a considerar las técnicas (e incluso la política, también una técnica) como medios. No contra el Estado, contra la Máquina, pues eso sería reconocer en ellos una divinidad maligna que no tienen las cosas muertas, sino contra la actitud humana que los acepto como algo dado que escapa a nuestro control, como la estructura y el sentido de la vida, contra quienes confunden el aumento de poder que nos conceden y la perfección humana.
La primera condición para lograr este control de nuestras herramientas es tomar conciencia de la autonomía de la técnica en nuestra civilización. Esta es la condición más elemental, pero también necesaria, tan humilde que no se trata de una operación intelectual, sino de una experiencia de la situación objetiva; toma de conciencia no de un sistema ideológico, sino de una estructura concreta alcanzada en la vida cotidiana: la burocracia, la propaganda, el campo de concentración, la guerra. Mientras no tengamos la humildad de reconocer que nuestra civilización, en un grado cada vez mayor, se define por medios cada vez más pesados; mientras sigamos hablando de nuestra guerra, de nuestra política, de nuestra industria como si fuéramos absolutamente dueños de ellas, el debate ni siquiera habrá comenzado.
Me doy cuenta de lo antinatural que resulta este toma de conciencia. La mente humana se muestra por instinto reacia a registrar sus derrotas; es muy cómodo creerse fatalmente libre, y rechazar una exigencia de libertad que comienza con la opresiva revelación de la servidumbre. Pero si sabemos enfrentarnos a la autonomía de nuestros medios y a las fatalidades que le son propias, entonces, en ese momento, comienza el movimiento que lleva a la libertad. Porque la libertad sólo ha podido nacer a partir de la toma de conciencia de la servidumbre, creo que el horror de no ser dueño de los medios es tan natural a la mente humana que una vez que esto se adquiera, le seguirá el resto; pero es también allí donde se situara el rechazo.
La cuestión fundamental no es saber si el uso de la energía atómica traerá la felicidad o infelicidad a la humanidad, sino si, en este uso, el hombre será libre o siervo, una pregunta a la que es mucho más fácil responder. La tarea inmediata es ver hasta qué punto los nuevos medios comportan una nueva servidumbre y luchar para que los hombres tomen conciencia del terrible problema que les plantea esta primacía de los medios. La tarea es poner en cuestión el estado de las cosas que todo el mundo acepta, sin prejuzgar la respuesta. Pero, ¿será acaso porque la respuesta va implícita en la pregunta el motivo por el que tantos hombres no se la hacen?
Esta toma de conciencia es la constatación de una situación objetiva, por lo que es un esfuerzo de objetividad. Pero, como cualquier esfuerzo de objetividad, sólo puede provenir de una experiencia interna que exteriorice el objeto. Si no podemos considerar nuestros medios de manera objetiva, es porque expresan una de nuestras tendencias más profundas, que, además, se cultiva sistemáticamente en su uso. La técnica y la máquina son el poder, y una mente enfocada en el poder se identifica con él: por lo tanto, le será imposible considerarlos desde el exterior de la acción que pueden ejercer sobre los hombres. Dado que el poder es el valor, dado que la bomba es una máquina, es imposible que no contenga en potencia algún bien, tan universal como el poder de su explosión.