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Benvinguts al meu racó.


Todo está sujeto a interpretaciones, por lo tanto la realidad es subjetiva y las formas de pensar y vivir son caóticas y conflictivas. El pensamiento enmascara a menudo la verdad de los hechos. La realidad ya no puede ser objetiva. Todo pasa por el filtro del pensamiento y el individuo deja de observar los hechos tal como son.

martes, 7 de enero de 2025

"La Revolución" (Una Filosofía social propia) - Gustav Landauer

La sociedad capitalista, representada por el estado actual, se adapta maravillosamente a las condiciones cambiantes, integrando al proletariado a través del desarrollo de la legislación social causando su degeneración, más que orientarla a una sociedad socialista. Por el contrario absorbe a los socialistas, haciendo su ideología superflua"
 
La revolución se relaciona con toda la convivencia humana. No sólo con el Estado, la división en clases, las instituciones religiosas, la vida económica, las tendencias y creaciones intelectuales, el arte, la educación y el perfeccionamiento espiritual, sino con el conglomerado de todas estas formas de manifestación de la convivencia, que en algunas épocas se encuentra en un estado de relativa estabilidad, basada en el asentimiento general. A este conglomerado general y amplio de la convivencia, en estado de
relativa estabilidad, es a lo que llamamos topía.
 
La topía crea todo bienestar, el hartazgo y el hambre, el tener o carecer de vivienda; la topía regula todos los asuntos de la convivencia entre los hombres, hace la guerra en el exterior, exporta e importa, cierra o abre las fronteras; la topía cultiva el ingenio y la estupidez, habitúa a la decencia y a la depravación, es fuente de dicha y desdicha, contento y descontento; la topía se entremete audazmente en un terreno que no le pertenece: la vida privada del individuo y la familia. Los límites entre la vida individual y la
existencia familiar, por una parte, y la topía por la otra, vacilan.
 
La relativa estabilidad de la topía cambia gradualmente, hasta hallarse por último en un equilibrio inestable. Estas variaciones en la inconsistencia y la estabilidad de la topía son producidas por la utopía. La utopía pertenece a lo suyo; no al reino de la convivencia, sino al de la individualidad. Por utopía
entendemos un conglomerado de aspiraciones y tendencias de la voluntad. Éstas son siempre heterogéneas y existen aisladamente, pero en cierto momento de la crisis se unen y organizan —bajo la
forma de una embriaguez entusiasta— en una totalidad o en forma de convivencia, esto es, en la tendencia a formar una topía de funcionamiento impecable, que ya no encierre más lo nocivo o las
injusticias. A la utopía sigue pues una topía, que, si bien se diferencia en
puntos esenciales de la topía anterior, es siempre una topía. Tenemos entonces la primera ley: a cada topía le sucede una utopía, a ésta nuevamente una topía y así sucesivamente
 
 Y como nosotros no tenemos que contribuir aquí a la adulación villana y artera del proletariado; como el socialismo quiere suprimir al proletariado y, por. tanto, no necesita encontrar que es una institución singularmente benéfica para el espíritu y el corazón de todos los afectados (para las naturalezas grandes y dotadas aportará ciertamente, como toda penuria y todo obstáculo, un cargamento pleno de beneficios; y es de esperar siempre que la privación y el vacío interior, que son una especie de disposición y de culpabilidad, de receptividad de carga, llegado el gran momento conducirán a masas enteras al salto cerrado, a la genialidad de la acción), por eso debe decirse aquí una vez más: puede venir sobre el proletariado como sobre cualquier pueblo el milagro, es decir el espíritu, pero con el marxismo no ha llegado el milagro pascual ni el fenómeno de las lenguas, sino la confusión babilónica y la flatulencia, y el profesor proletario, el abogado proletario y el jefe de partido; esa es la verdadera caricatura de la caricatura que se llama marxismo, la especie de socialismo que se tiene por científico.
 
 
El orden de la llamada Edad Media, la que hasta hoy constituye el único momento de apogeo en nuestra historia propia, consistía en una síntesis de libertad e interrelación, tal como debe ser el cimiento de toda cumbre de civilización. Como la interrelación se había anquilosado en algunos sitios, en otros se la había hecho saltar y en todos comenzaba a perder su sentido y su carácter sagrado, el equilibrio se rompió a favor de la libertad. Ésta se desenvolvió como potencia y descollante capacidad creadora en el individuo, como libertinaje y práctica de la violencia. En eso consiste el llamado Renacimiento, que no fue un retroceso hacia griegos y romanos, sino la declinación de una elevada civilización, una transición y una búsqueda de nuevas formas. A partir de ahí, de esa decadencia y de esa rotura de la interrelación social y espiritual, es de donde arranca lo que comienza a formarse más claramente con la llamada Reforma y a la que yo denomino revolución: nuestro camino, ese mismo camino sobre el cual hoy avanzamos.
 
Repitámoslo aquí: la Edad Cristiana representa un grado de civilización en el que coexisten, una al lado de la otra, múltiples estructuras sociales específicas, que están impregnadas por un
espíritu unificador y encarnan una colectividad de muchas autonomías libremente vinculadas. En contraposición al principio del centralismo y del poder político, que hace su entrada allí donde ha desaparecido el espíritu comunitario, denominamos a este principio de la Edad Media el principio de la estructuración. No pretendemos que en la Edad Cristiana no haya existido el Estado, aunque esta tesis encontraría un fuerte apoyo en el hecho de que esa palabra se aplicaba a instituciones de naturaleza totalmente distinta; pero en cualquier caso no hubo ningún tipo de omnipotencia estatal, no existió el Estado como molde central de todas las restantes formas de la sociedad, sino a lo más el Estado como estructura imperfecta, desmedrada, al lado de las variadísimas formaciones de la comunidad. Del Estado no existían sino remates de la época romana y pequeños comienzos nuevos, que sólo alcanzaron
significación en los tiempos de desintegración y revolución."

"El arte constituirá siempre una medida para saber si una época
dada es o no un período de auge, una cima de la civilización. En un
momento de apogeo cultural las artes son sociales, no individuales;
están como agrupadas y unidas en torno a un punto central, no
dispersas; son ante todo representantes de su época y del pueblo,
mientras que en los tiempos de disolución y decadencia son
productos de genios individuales y solitarios y tienen su centro de
gravedad en el futuro o en una especie de pueblo secreto, ausente.
Una época así, de plenitud, dio a luz el arte clásico de los griegos; a
otra época tal, de elevación, pertenecen las artes en la esfera del
cristianismo. La escultura y la pintura de la Edad Media estaban
indisolublemente ligadas a la edificación; constituían una
arquitectura que representaba los anhelos y la riqueza de su tiempo.
En contraposición a ese arte total y casi anónimo, nuestro arte se
caracteriza por el anhelo que experimentan individuos valiosos,
colocados al margen de la época. Para la Edad Cristiana la
arquitectura, que ascendió al rango de signo de la construcción de la
sociedad, era el símbolo de la fuerza del pueblo, mancomunada y
plena de vida; nuestra época está representada por la más
individual, melancólica y dolorida de las artes: la música, el símbolo
de la oprimida vida popular, de la declinación de la comunidad, de la soledad de la grandeza. La arquitectura ha sido llamada música
congelada; en la realidad histórica, sin embargo, la música es
arquitectura deshelada, disuelta, licuada, que sólo aparece a través
del alma individual. La arquitectura representa una realidad; la
música, el refugio del desamparo y el anhelo de una nueva realidad.
Münchhausen, el inventor —que no tiene realidad salvo en la
fantasía, y por tanto en la soledad—, es el tipo característico de
nuestro tiempo y de nuestros artistas. Lo que él hizo al erigir su
fábrica con bloques de aire, lo hace la música: así como la
arquitectura levanta edificios de piedra, la música construye también imponentes estructuras de gallardas torres y bóvedas audazmente cimbreadas, pero de movedizo aire.
 
 
"El dominico Tommaso Campanella, filósofo y poeta, pudo ver en el futuro y tradujo su visión a palabras
resecas, descarnadas, casi inhumanas: su utopía de La ciudad del
sol. Como filósofo oscilaba entre un demonismo que todo lo
abarcaba con su fuerza mística y que arrancaba del universalismo
de la Edad Media tardía y ante todo de Nicolás de Cusa, y el
detallismo y psicologismo del tipo de Gassendi y Locke. Pero en su
política ya no viven los supuestos, impregnados de amor, de la
tradición cristiana, ni tampoco los del mágico revelador de poderes
característico del Renacimiento: en un páramo helado reinan la
razón, el derecho natural y el principio estatal. Tal es lo que Campanella, escudriñando el futuro, ve aproximarse: consumado comunismo estatal. Para él ya no tienen vida alguna los vínculos y
relaciones infinitamente numerosos, las múltiples asociaciones de la época de la estructuración. Y hasta del individualismo sólo ve los aspectos más nocivos; en su sistema utópico el Estado ha abarcado
y devorado todo: el amor, la familia, la propiedad, la educación de
los niños y la religión. Lo que Campanella vislumbraba era el Estado
absoluto moderno, en el que no existen ya ni sociedad ni
asociaciones y que por eso es llamado socialdemocrático.
 
Campanella, este solitario apocalíptico, ha circundado al mundo con amor, amor del cual brotaba el espíritu del pensador y hacia el cual tendía. Pero ya no existía amor en lo que él —alrededor suyo y ante sí— veía de la convivencia humana. En derredor imperaba la
violencia de lo irracional; ante sí, en el futuro, veía la violencia de lo
racional."
 
 
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