El fetichismo de las mercancías.
Al alienar su actividad y encarnarla en mercancías, en receptáculos
materiales del trabajo humano, las personas se reproducen a sí mismas y crean
Capital. Desde el punto de vista de la ideología capitalista, y particularmente de
la Economía académica, esta frase no es cierta: las mercancías “no son
producto del trabajo solamente”; son producidas por los primordiales “factores
de producción,” Tierra, Trabajo y Capital, la Santa Trinidad capitalista, y el
principal factor es obviamente el héroe de la obra, el Capital.
El propósito de esta Trinidad superficial no es el análisis, ya que el
análisis no es por lo que a estos Expertos se les paga. Se les paga para
oscurecer, para enmascarar la forma social de la actividad práctica bajo el
capitalismo, para ocultar el hecho de que los productores se reproducen a sí
mismos, a sus explotadores, como también a los instrumentos con los que son
explotados. La fórmula de la Trinidad no logra convencer. Es obvio que la
tierra no es más un productor de mercancías que el agua, el aire, o el sol.
Además el Capital, que simultáneamente es un nombre para una relación social
entre trabajadores y capitalistas, para los instrumentos de producción poseídos
por un capitalista, y para el equivalente en dinero de sus instrumentos e
“intangibles,” no produce nada más que las eyaculaciones moldeadas en forma
publicable por los Economistas académicos. Incluso los instrumentos de
producción que son el capital de un capitalista son “factores de producción”
primordiales solo si las anteojeras de uno le limitan la visión a una firma
capitalista aislada, ya que una visión de la economía completa revela que el
capital de un capitalista es el receptáculo material del trabajo alienado a otro
capitalista. Sin embargo, aunque la fórmula de la Trinidad no convence, sícumple la tarea de oscurecimiento al cambiar el tema en cuestión: en vez de
preguntar por qué la actividad de las personas bajo el capitalismo toma la
forma de trabajo asalariado, los potenciales analistas de la vida cotidiana
capitalista son transformados en académicos Marxistas-de-hogar que preguntan
si es que el trabajo es o no el único “factor de producción.”
Así la Economía (y la ideología capitalista en general) trata a la tierra, el
dinero, y a los productos del trabajo, como cosas que tienen el poder de
producir, de crear valor, de trabajar para sus dueños, de transformar el mundo.
Esto es lo que Marx llamó el fetichismo que caracteriza a las concepciones
cotidianas de las personas, y que es elevado al nivel de dogma por la
Economía. Para el economista, las personas vivas son cosas (“factores de
producción”), y las cosas viven (el dinero “trabaja,” el Capital “produce”).
El adorador del fetiche atribuye el producto de su propia actividad a su
fetiche. Como resultado, deja de ejercer su propio poder (el poder de
transformar la naturaleza, el poder de determinar la forma y el contenido de su
vida cotidiana); ejerce solamente aquellos “poderes” que atribuye a su fetiche
(el “poder” de comprar mercancías). En otras palabras, el adorador del fetiche
se castra y atribuye virilidad a su fetiche. Pero el fetiche es una cosa muerta, no
un ser vivo; no tiene virilidad. El fetiche no es más que una cosa por la cual, y
a través de la cual, las relaciones capitalistas se mantienen. El misterioso poder
del Capital, su “poder” de producir, su virilidad, no reside en sí mismo, sino en
el hecho de que las personas alienen su actividad creativa, de que vendan su
trabajo a los capitalistas, de que materialicen o reifiquen su trabajo alienado en
mercancías. En otras palabras, las personas son compradas con los productos
de su propia actividad, pero ven su propia actividad como la actividad del
Capital, y sus propios productos como los productos del Capital.
Al atribuir el poder creativo al Capital y no a su propia actividad,
renuncian a su actividad de vida, a su vida cotidiana, al Capital, lo que significa
que las personas se entregan a diario, a la personificación del Capital, el
capitalista.
Al vender su trabajo, al alienar su actividad, las personas reproducen a
diario las personificaciones de las formas dominantes de actividad bajo el
capitalismo; reproducen al trabajador asalariado y al capitalista. No reproducen
meramente a los individuos físicamente, sino socialmente también; reproducen
a los individuos que son vendedores de fuerza de trabajo, y a los individuos que
son dueños de los medios de producción; reproducen a los individuos como
también a las actividades específicas, la venta como también la propiedad.
Cada vez que las personas realizan una actividad no se tienen a sí
mismos definidos y no controlan, cada vez que pagan por bienes que
produjeron con dinero que recibieron a cambio de su actividad alienada, cada
vez que admiran pasivamente los productos de su propia actividad como
objetos extraños procurados por su dinero, le dan nueva vida al Capital yaniquilan sus propias vidas.
El propósito del proceso es la reproducción de la relación entre el
trabajador y el capitalista. Sin embargo, este no es el propósito de los agentes
individuales involucrados en él. Sus actividades no les son trasparentes; sus
ojos están fijos en el fetiche que se sitúa entre el acto y su resultado. El agente
individual mantiene sus ojos fijos en las cosas, precisamente aquellas cosas por
las que las relaciones capitalistas son establecidas. El trabajador como
productos apunta a intercambiar su trabajo cotidiano por salarios en dinero,
apunta precisamente a la cosa por medio de la cual su relación con el capitalista
se restablece, la cosa por medio de la cual se reproduce a sí mismo como
trabajador asalariado y al otro como capitalista. El trabajador como consumidor
intercambia su dinero por productos del trabajo, precisamente las cosas que el
capitalista tiene que vender para así hacer realidad su Capital.
La transformación cotidiana de la actividad de vida en Capital es
mediada por las cosas, no es llevada a cabo por las cosas. El adorador del
fetiche no sabe esto; para él el trabajo y la tierra, los instrumentos y el dinero,
los empresarios y banqueros, son todos “factores” y “agentes.” Cuando un
cazador que usa un amuleto derriba a un venado con una piedra, él podría
considerar al amuleto como “factor” esencial en el derribar al venado e incluso
en proporcionar al venado como objeto a ser derribado. Si él es un adorador de
fetiche responsable y bien educado, dedicará su atención a su amuleto,
nutriéndolo con cuidado y admiración; para mejorar las condiciones materiales
de su vida, mejorará el modo en que usa su fetiche, no el modo en que lanza la
piedra; en apuros, puede que incluso envíe a su amuleto a “cazar” por él. Sus
actividades cotidianas no le son transparentes: cuando come bien, falla en ver
que es su propia acción de lanzar la piedra, y no la acción del amuleto, lo que
proporcionó su alimento; cuando tiene hambre, falla en ver que es su propia
acción de adorar al amuleto en vez de cazar, y no la ira de su fetiche, lo que
causa su hambre.
El fetichismo de las mercancías y el dinero, la mistificación de las
propias actividades cotidianas, la religión de la vida diaria que atribuye
actividad viviente a cosas inanimadas, no es un capricho mental nacido en la
imaginación de la persona; tiene su origen en el carácter de las relaciones
sociales bajo el capitalismo. Las personas sí se relacionan de hecho unas con
otras por medio de cosas; el fetiche es de hecho la ocasión por la cual actúan
colectivamente, y por medio de la cual reproducen su actividad. Pero no es el
fetiche el que realiza la actividad. No es el Capital el que transforma las
materias primas, ni es el Capital el produce bienes. Si la actividad de vida no
transformara la materia prima, ésta permanecería sin transformar, inerte,
materia muerta. Si las personas no estuvieran dispuestas a seguir vendiendo su
actividad de vida, la impotencia del Capital sería revelada; el Capital dejaría de
existir; su última potencia remanente sería el poder de recordarle a las personas
una forma desviada de vida cotidiana caracterizada por la prostitución
universal diaria.El trabajador aliena su vida para preservar su vida. Si no vendiera su
actividad de vida no podría obtener un salario y no podría sobrevivir. Sin
embargo, no es el salario el que hace a la alienación la condición para la
supervivencia. Si las personas no estuvieran dispuestas colectivamente a
vender sus vidas, si estuviesen dispuestas a tomar el control de sus propias
actividades, la prostitución universal no sería una condición para la
supervivencia. Es la disposición de las personas a seguir vendiendo su trabajo,
y no las cosas por las que lo venden, lo que hace necesaria a la alienación de la
actividad de vida para la preservación de la vida.
La actividad de vida vendida por el trabajador es comprada por el
capitalista. Y no es solamente esta actividad de vida lo que le insufla vida al
Capital y le vuelve “productivo.” El capitalista, un “propietario” de materias
primas e instrumentos de producción, presenta objetos naturales y productos
del trabajo de otras personas como su “propiedad privada.” Pero no es el poder
misterioso del Capital el que crea la “propiedad privada” del capitalista; la
actividad de vida es lo que crea la “propiedad,” y la forma de esa actividad es
lo que la mantiene “privada.”
Descargar: "La reproducción de la vida cotidiana"
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