En la guerra no hay buenos ni malos, sólo vencedores y vencidos, víctimas y verdugos, explotados y explotadores, dominados y dominantes, gobernados y gobernantes.
Una actitud conservadora ante la devacle de la civilización sólo puede responder al conformismo, a la voluntad de poder, al afán por acumular riqueza y a la fama entre otros factores inherentes a la voluntad del ser humano que impiden por lo tanto una respuesta satisfactoria al cambio. El conformismo en todas sus variantes se antepone a la revolución espiritual y deja al ser humano impotente ante un destino no elegido.
Tanto el optimismo como el pesimismo son fenómenos ilusorios, al igual que el tránsito del uno al otro -y viceversa- que impone de forma cada vez más aguda y rápida el sistema de dominación, conforman estados anímicos maleables que ejercen una fuerte influencia en el conjunto de la sociedad y por lo tanto en la voluntad de los individuos que se ven totalmente dependientes de un sistema que no pueden controlar y sometidos por unas fuerzas que los arrastran a un callejón sin salida -que no eligen en la mayoría de las ocasiones- y del que a penas puedan oponer algún tipo de resitencia.
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