Pensamiento e inteligencia
Antes de investigar en la cuestión acerca de cómo se debe comprender el conocimiento como un
proceso, advertiremos que todo el conocimiento es producido, desplegado, comunicado,
transformado y aplicado en el pensamiento. El pensamiento, considerado en su movimiento de
llegar a ser (y no simplemente en su contenido de imágenes e ideas relativamente bien
definidas) es, ciertamente, el proceso en el cual tiene su real y concreta existencia el
conocimiento. (Esto se ha discutido en la introducción).
¿Qué es el proceso del pensamiento? El pensamiento es, en esencia, la respuesta activa de la
memoria en cada fase de la vida. Incluimos en el pensamiento las respuestas intelectual,
emocional, sensitiva, muscular y física de la memoria. Éstos son todos los aspectos de un solo
proceso indisoluble. Tratarlos separadamente produce fragmentación y confusión. Todos ellos
constituyen un proceso de respuesta de la memoria a cada situación real, y tal respuesta, a su
vez, produce una nueva contribución a la memoria, condicionando así el pensamiento siguiente.
Una de las formas más tempranas y primitivas de pensamiento es, por ejemplo, precisamente el
recuerdo del placer y el dolor, relacionado con una imagen visual, auditiva u olfatoria que se
puede evocar a partir de un objeto o una situación. Es común en nuestra cultura el considerar
como diferentes los recuerdos que contienen una imagen de los que evocan un sentimiento. Sin
embargo, es claro que el significado total de tal recuerdo es precisamente la conjunción de la
imagen con su sentimiento, que constituye (juntamente con su contenido intelectual y la
reacción física), la totalidad del juicio tal como se recuerda que es bueno o malo, deseable o no,
etcétera.
Es claro que el pensamiento, considerado de este modo como la respuesta de la memoria, es
básicamente mecánico en su modo de operar. O bien es la repetición de alguna estructura
previamente existente, traída por la memoria, o es cierta combinación, adaptación yorganización de estos recuerdos en subsiguientes estructuras de ideas y conceptos, categorías,
etcétera. Estas combinaciones pueden poseer cierta especie de novedad, resultante de la
interacción fortuita de elementos de la memoria, pero está claro que tal novedad sigue siendo
esencialmente mecánica (como las combinaciones nuevas que aparecen en un caleidoscopio).
En este proceso mecánico no hay razón intrínseca para que los pensamientos que surjan sean
relevantes o adecuados a la situación real que evocan. La acción de percibir si los pensamientos
particulares son relevantes o adecuados, o no lo son, requiere la actuación de una energía que no
es mecánica, una energía a la que llamaremos inteligencia. Ésta es capaz de percibir un nuevo
orden o una nueva estructura, que no es precisamente una modificación de lo que ya es
conocido o está presente en la memoria. Por ejemplo, uno puede estar trabajando en un pro-
blema complicado durante bastante tiempo. De pronto, en un momento de comprensión, puede
ver la irrelevancia de toda su manera de pensar acerca del problema, seguida de un modo di-
ferente de enfocarlo, en el cual todos los elementos encajan en un orden nuevo y una nueva
estructura. Es claro que tal momento es esencialmente más un acto de percepción que un pro-
ceso de pensamiento (se discutió una idea similar en el capítulo primero), aunque a continuación
pueda ser expresado en el pensamiento. Lo que contiene este acto es la percepción por la mente
de órdenes abstractos y relaciones tales como igualdad y diferencia, separación y relación,
necesidad y contingencia, causa y efecto, etcétera.
Así hemos puesto juntas todas las respuestas de la memoria, básicamente mecánicas y
condicionadas, bajo una palabra o símbolo, es decir, pensamiento, y hemos diferenciado esto de
la fresca, original e incondicionada respuesta de la inteligencia (o percepción inteligente), en la
cual puede surgir algo nuevo. No obstante, llegado a este punto, uno puede preguntarse:
«¿Cómo se puede saber que es absolutamente posible tal respuesta incondicionada?» Esta es
una cuestión de amplio alcance que no podemos discutir cumplidamente aquí. De todos modos,
apuntaremos que, en realidad, todo el mundo acepta implícitamente la idea de que la
inteligencia no está condicionada (y la verdad es que nadie puede hacer otra cosa con cohe-
rencia).
Consideremos, por ejemplo, que intentamos afirmar que todas las acciones humanas están
condicionadas y son mecánicas. Típicamente, este concepto ha tomado una de estas tíos formas:
O bien se dice que el hombre es básicamente un producto de su constitución hereditaria, o bien
que está completamente determinado por los factores de su entorno. Sin embargo, uno le puede
preguntar al hombre que cree en la determinación hereditaria si su propio juicio afirmando esta
creencia no es otra cosa que el producto de su herencia. En otras palabras: ¿su estructura
genética le impulsa a hacer tal declaración? De un modo parecido, se le puede preguntar al
hombre que cree en la determinación ambiental si la afirmación de su creencia no es más que
palabras que brotan en modelos a los que ha sido condicionado por su entorno. Evidentemente,
en ambos casos (al igual que en el caso de quien afirma que el hombre se encuentra
completamente condicionado por la herencia más su entorno) la respuesta tendrá que ser
negativa porque, en el caso contrario, el interrogado estaría admitiendo que lo que había dicho
no tenía significado alguno. Así, en cualquier juicio va implícito necesariamente que el que lo
emite es capaz de hablar desde una percepción inteligente, la cual, a su vez, es capaz de una
verdad que no sea el mero resultado de un mecanismo basado en el significado o en habilidades
adquiridas en el pasado. Así vemos que nadie puede evitar el dar por supuesto, con esta
modalidad de comunicación, que por lo menos acepta la posibilidad de esta percepción libre e
incondicionada que hemos llamado inteligencia.
Ahora bien, hay muchas pruebas que indican que el pensamiento es básicamente un proceso
material. Por ejemplo, se ha observado en una amplia variedad de contextos que el pensamiento
es inseparable de las actividades eléctrica y química del cerebro y del sistema nervioso, y que
coincide con tensiones y movimientos musculares. ¿Se podría decir, pues, que la inteligencia es
un proceso similar, aunque tal vez de una naturaleza más sutil?
En la idea que estamos sugiriendo aquí va implícito que esto no es así. Si la inteligencia debe
ser un acto incondicionado de percepción, su ámbito no puede estar en estructuras tales como
células, moléculas, átomos, partículas elementales, etcétera. En último extremo, cualquier cosa
que esté determinada por las leyes de tales estructuras puede estar en el campo de lo que se
puede conocer, es decir, almacenado en la memoria y, por lo tanto, deberá tener la naturalezamecánica de algo que se pueda asimilar según el carácter básicamente mecánico del proceso del pensamiento. La real actuación de la inteligencia no puede, pues, estar determinada ni
condicionada por factores que puedan estar incluidos en ley alguna cognoscible. Así vemos que
el ámbito de la inteligencia debe estar en el flujo indeterminado y desconocido que es también el
de todas las formas definibles de materia. La inteligencia no es, pues, deducible ni explicable
desde la base de ninguna especialidad del conocimiento (por ejemplo, la física o la biología). Su
origen es más profundo y más hacia dentro que cualquier orden cognoscible que pueda
describirlo. (Así, tiene que comprender el verdadero orden de las formas definibles de la materia
por medio de las cuales nosotros esperábamos comprender la inteligencia.)
¿Cuál es la relación de la inteligencia con el pensamiento? En pocas palabras se puede decir
que, cuando el pensamiento funciona por sí solo, es mecánico y no inteligente, porque impone
su orden, generalmente irrelevante y no apropiado, que le proporciona la memoria. Sin
embargo, el pensamiento es capaz de responder, no sólo desde la memoria, sino también con la
percepción incondicionada de la inteligencia, y deberá comprobarse en cada caso si una línea
particular de pensamiento es relevante y adecuada o no lo es.
Tal vez podamos considerar aquí la imagen de un receptor de radio. Cuando la potencia de
salida del receptor «retroalimenta» la potencia de entrada, el receptor funciona por su cuenta, y
produce un ruido irrelevante y sin significación alguna, pero cuando es sensible a la señal
portadora de la onda de radio, su propio orden de movimiento interno de las corrientes eléctricas
(transformadas en ondas sonoras) es paralelo al orden de la señal, y entonces el receptor sirve
para traer un orden significativo, que tiene su origen más allá del nivel de su propia estructura, a
los movimientos que se producen en el nivel de su propia estructura. Así podemos sugerir que,
en la percepción inteligente, el cerebro y el sistema nervioso responden directamente a una
orden que procede del interior del flujo universal y desconocido que no puede ser reducido a
nada definible en términos de estructuras cognoscibles.
La inteligencia y el proceso material tienen, pues, un mismo origen, que es, en el fondo, la
totalidad desconocida del flujo universal. En cierto sentido, esto implica que lo que corriente-
mente hemos llamado mente y materia son abstracciones del flujo universal, y que hay que considerarlas a ambas como órdenes relativamente autónomos dentro del único movimiento total. (Esta idea se discute con más amplitud en el capítulo séptimo.) Es el pensamiento, respondiendo a una percepción inteligente, el que puede producir una armonía global o adecuación entre la mente y la materia.
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