lunes, 5 de diciembre de 2016

«Sobre Fidel Castro» Canek Sánchez Guevara


                         "La guerra revolucionaria es la tumba de la Revolución."
                                                          Simone Weil

Fragmentos de una entrevista a Canek Sánchez Guevara en el 2004.
... En la prensa occidental, tan escasamente libre en realidad (tan llenade sobrentendidos que nadie entiende, y críticas más que superficiales y sosas), es común que los cuestionamientos al régimen cubano comiencen por denostar la insistencia de éste en prácticas caducas e ineficaces, tiránicas y victimistas, heroicas y pobres. A ese sistema se le llama con harta ignorancia, mucha desinformación y peor mala leche, comunismo. Mi postura, empero, es otra; incluso contraria, si se quiere. Todas mis críticas a Fidel Castro y epígonos parten de su alejamiento de los ideales libertarios, de la traición cometida en contra del pueblo de Cuba y de la espantosa vigilancia establecida para preservar al Estado por encima de sus “gentes”.
La inmovilidad en que cayó la obra revolucionaria tiene su origen en el concepto que de sí misma erigió: el de permanencia. La revolución (apenas pasada la década netamente revolucionaria) para ser “permanente” debió permanecer inmóvil pues de lo contrario liberaría a las fuerzas libertarias implícitas en ella. Lo que permanece entonces, no es el accionar revolucionario sino la clase social que detenta el control de la institución “revolucionaria”. La revolución (el movimiento que ésta fue) hace años falleció en Cuba –de muerte natural, por cierto: hubo de ser asesinada por quienes la invocaron para evitar que se volviera contra ellos. Tuvo que ser institucionalizada y asfixiada por su propia burocracia (ya el Che nos había prevenido de esto), por la corrupción (robolución, se le llamó), por el nepotismo (sociolismo) y por la verticalidad de la tan mentada organización: el Estado “revolucionario” cubano–. Así, al concepto de “dictadura del proletariado” la sabiduría popular pronto le abolió el adjetivo: sólo quedó un sustantivo, absoluto y prohibido.

La nueva burguesía socialista no tardó en hacer suyos los más abyectos discursos y métodos de la recién destronada derecha en todo lo relativo a la vida privada y aún superando a ésta en lo concerniente a la asociación política –seamos honestos, un joven rebelde como fue Fidel Castro, en la Cuba de hoy, sería inmediatamente fusilado, no condenado al exilio–; todo esto con la agravante de que se trataba de un gobierno de “izquierda” proveniente de un movimiento cívico-militar de lo más heterogéneo y heterodoxo. La persecución de homosexuales, hippies, librepensadores, sindicalistas, poetas (disidentes de cualquier signo o condición) se parece en demasía a lo que se estaba combatiendo. La criminalización de la diferencia nada tiene que ver con la libertad. La concentración del poder en unas pocas manos tampoco se cuenta entre los ideales libertarios, muchísimo menos la vigilancia perpetua sobre los individuos o la prohibición de las asociaciones que al margen del Estado éstos puedan hacer. Claro que el poder es del pueblo pero sólo el simbólico; el real, empero –la toma de decisiones– no: ese pertenece al Estado y el Estado es Fidel. (Se me ocurre ahora que la desconfianza que el gobierno siente con respecto a su pueblo proviene sólo de su alejamiento de éste último, de su enajenación en un abstracto mundo de cifras y de la reducción que de la revolución hizo. De otra forma, cómo comprender que un gobierno revolucionario que emana del pueblo y que lo representa fielmente pueda sentir temor alguno por ese mismo pueblo.)

La insistencia por parte de adalides y denostadores del régimen en el sentido de que éste es marxista, rebasa todo sinsentido, pues marxismo, en Cuba, es sólo una asignatura escolar, una consigna del Partido y demás “organizaciones de masas” y, en el mejor de los casos, un sueño trunco. Para Marx (para cualquier libertario, en realidad) libertad y dictadura conforman un antagonismo indisoluble. Cierto que caminan juntos –como todo binomio de opuestos–, mas no por la misma ruta y de hacerlo (de pretenderlo, quiero decir), jamás llegarían al mismo sitio: si el fin justifica los medios, son los medios los que prefiguran el fin... En otras palabras, no se alcanza la libertad por la vía de la imposición. Nunca...
Una suerte de aristocracia fingidamente proletaria se fue gestando en el seno del gobierno “popular” oponiéndose con todas sus fuerzas a la democratización del proyecto revolucionario: la revolución cubana no fue democrática porque engendró en sí a las clases sociales destinadas a impedirlo: la revolución parió una burguesía, aparatos represivos dispuestos a defenderla del pueblo y una burocracia que la alejaba de éste. Pero sobre todo fue antidemocrática por el mesianismo religioso de su líder. Erigirse salvador de la Patria es una cosa; serlo por siempre, otra. En efecto, Fidel –con sus tropas y una buena parte de la sociedad civil– liberó a Cuba de la gangsteril dictadura batistiana pero con su obstinada permanencia sólo logró volverse, él mismo, dictador. Del joven revolucionario al viejo tirano hay un abismo insalvable; el mismo que hay entre el disentir de aquel rebelde y el ordenar de este ser enloquecido por el poder y la gloria.
En algún momento del camino Fidel Castro comenzó a creer en sí mismo; no contento con ello, nos obligó a todos a creer en él. En lugar de pugnar por una sociedad escéptica, librepensante y crítica, aplaudió la credulidad, la sumisión y la obediencia absoluta de su pueblo. Todo lo que cuestionó del viejo régimen lo reprodujo por triplicado en el “nuevo”. Todo cuanto atacó de joven, lo avaló de viejo. Todo lo que no debió ser el gobierno cubano, hizo que lo fuera. Acabó amando todo lo que hay de odioso en la política real...
La historia de la humanidad ha sido forjada (también) a golpe de guerras y revoluciones; la cubana fue una más. La historia de los hombres se narra como una perpetua lucha contra sus opresores; Fidel luchó como hombre libre y hoy niega la libertad de los hombres: se volvió uno de aquellos, despótico, cínico y prepotente hasta el paroxismo. La lucha por la libertad no sólo no ha concluido en Cuba; tampoco en México ni en Vietnam; ni en los Estados Unidos ni en Chile; ni en Angola ni en Rusia; ni en China ni en Nicaragua... No ha terminado porque aún somos esclavos de las condiciones que nos son impuestas: todo lo que somos proviene de lo que se nos permite ser. Y eso no es libertad.
***
P: Entonces, ¿consideras que el “reino de la libertad” del que tanto escribiera Marx no ha acontecido en Cuba?
R: Ni en Cuba ni en ninguna otra nación, que yo sepa... Claro que los gobiernos reivindican la libertad como algo propio, no hay presidente o tirano que no reclame como derecho exclusivo el reino de la libertad; pero esas son patrañas, tú bien lo sabes: pura verborrea política, promesas y poco más. La libertad es, sólo si el individuo ha logrado emanciparse del trabajo asalariado... si su libertad es la condición de la libertad de todos, y viceversa.
P: Algo difícil de expresar en Cuba...
R: Difícil de encontrar en cualquier parte del planeta, diría yo. En este mundo, seamos honestos, el dictum laboral sigue siendo Pobreza obliga. Son pocos aquellos que trabajan en lo que más les place, el resto debe conformarse con cualquier cosa a cambio de una paga que puede ser mísera o no, pero indefectiblemente hará miserable al trabajador: el trabajo no ennoblece al hombre porque su quehacer no le pertenece, le es arrebatado en cuanto lo concluye (y aún antes, en ocasiones)... La abolición del trabajo es el fin del socialismo, y Marx habla muy claramente del comunismo vulgar, ese que “aparece en una doble forma; el dominio de la propiedad material es tan grande que tiende a destruir todo lo que no es susceptible de ser poseído por todos como propiedad privada. Quiere eliminar el talento por la fuerza. La posesión física inmediata le parece la única meta de la vida y la existencia. El papel del trabajador no es abolido, sino que se extiende a todos los hombres (el subrayado es mío). La relación de la propiedad privada sigue siendo la relación de la comunidad con el mundo de las cosas... Este comunismo, que niega la personalidad del hombre en todas las esferas, es simplemente la expresión lógica de la propiedad privada.” Todo esto ocurre en Cuba, donde no rige el socialismo ni el comunismo, sino un vulgar capitalismo de Estado llamado también fidelismo. Como ya dije en la introducción, mi crítica al régimen de La Habana no estriba en que éste sea comunista, sino en que no lo es...
P: ¿A qué te refieres exactamente con eso de “abolición del trabajo”?
R: Quino puso en boca de su personaje Miguelito (admito que de niño ese chico era mi héroe, muy por encima de la pesada de Mafalda) la siguiente pregunta: ¿Por qué el hombre para ser hombre debe ser plomero, ingeniero o astronauta y el gato para ser gato tan sólo debe beber leche, maullar y dormir? Veamos: es mediante el trabajo que el hombre se relaciona con la naturaleza y la transforma. Así se transforma también el hombre. Así se hace a sí mismo... Ahora, para Marx el trabajo debe ser una actividad y no una mercancía, por ello establece la diferencia entre trabajo libre y trabajo enajenado –hueco de sentido, vacío en sus entrañas–, que transforma al hombre en un “monstruo tullido”: “En la sociedad comunista –asegura Marx–, donde cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos.” Si esto tiene relación alguna con el sistema cubano, es algo que yo no he notado. No he tropezado con tal libertad ni en Cuba ni en ningún otro Estado (“comunista” o no). Esencialmente, las críticas que descargo contra el gobierno cubano son plenamente transferibles a cualquier otro porque en esencia, el estado de las cosas y los individuos permanece inamovible en todo el orbe.
P: Sí, pero un obrero sueco gana más (vive mejor) que uno cubano...
R: Dejaré nuevamente responder a Marx: “Un aumento de salarios obligado no sería más que una mejor remuneración de los esclavos y no devolvería, ni al trabajador ni a su trabajo, su significado y su valor humanos.” Entendámonos, las condiciones laborales podrán ser menos peores (de hecho lo son) pero eso no anula la condición de esclavitud laboral en que vive el hombre. El hombre habita un mundo que en realidad no le pertenece: ni la tierra ni el fruto de ésta; ni la fábrica ni las mercancías ahí producidas son, en verdad suyas. El hombre debe venderse para comprar; el hombre se pervierte en mercancía para adquirir las mercancías necesarias para su subsistencia, aquí y en Cuba... Más fácil: no somos libres porque no somos dueños plenos de nuestra fuerza laboral, de las herramientas con las que producimos ni del producto resultante.
P: ¿Por qué insistes en esta retórica marxiana?
R: Digamos que si habláramos de arte sacaría mi sombrero dadaísta y poetizaría con recortes de periódico, pero hablamos de política, de ideología, de Cuba. Por lo demás, si sueno demasiado ortodoxo es sólo para utilizar un recurso que allá es cotidiano: citar a Marx para justificar los discursos propios. Mi dogmatismo, sin embargo, raya en lo cismático: carezco de libros sacros, pues... Pero si ha de elaborarse una crítica ideológica de la revolución cubana, ésta sólo debe hacerse desde el territorio del marxismo, ahí de donde –se supone– proviene su ideología (y aclaro que aquí no elaboro una crítica a fondo, y que no soy yo un teórico marxista, como sin duda ya habrás notado). Sólo desde las ideas de Marx, pienso, puede verse en su conjunto el estrepitoso fracaso de un ideal falsificado. Así, cuando el Comandante muera, el fidelismo morirá con él (para bien o para mal, quién puede saberlo). El sistema que creó se esfumará con sus restos pues fue hecho a su medida –a su imagen y semejanza– y no para ser compartido, nunca para que lo dirija otro... Me resulta imposible no evocar la visión de aquel rebelde mirando hacia el futuro y compararla con la patética sombra de este hombre que insiste en arrastrar al futuro en su caída. La verdad es que el marxismo ha sido esgrimido como justificación teórica por una oligarquía política que, de entrada, niega el carácter multi-ideológico de su sociedad: que esta actitud forme parte del razonamiento dialéctico es algo que, en verdad, escapa a mi comprensión... Por último, si insisto tanto en el tema es porque a pesar de los años, aún sigo los consejos de mi madre... Unos pocos de ellos, al menos.
P: ¿No te parece que le das mucha importancia a la voluntad de Fidel en la fallida construcción del comunismo?
R: No. Yo no le atribuyo más voluntad que la que emana de un Estado dispuesto a persistir, aún por la fuerza. He aprendido que el comunismo no es una cosa de la voluntad, y supongo que todos los ciudadanos que vivieron bajo esos regímenes lo pueden saber. El comunismo, en realidad, es sólo un desemboque posible de la contradictoria evolución del trabajo social, universal. Pero lo que sí depende de la voluntad de los hombres, es su comportamiento digno y honesto. Un comportamiento que honra al Che. Y si quieres, podemos afirmar que muchos de nuestros males, provienen de la infamia y la cobardía de los “políticos”. Y el abismo que en toda época se ha abierto entre los políticos revolucionarios y los payasos que actúan en el gran circo, ha hecho toda la diferencia.
P: ¿Te consideras de izquierda?
R: Sí; si ser “de izquierda” implica ante todo cuestionar con fiereza las incoherencias y dislates de la izquierda misma... Y sus excesos, claro. Desafortunadamente, no parece ser un ejercicio grato a las izquierdas... Que la derecha se comporte como derecha es lo normal bajo el sol; que la izquierda adopte, consciente o inconscientemente métodos derechistas, representa un autoatentado que bajo ningún concepto debe permitirse, por la sencilla razón de que nos daña a todos: a la izquierda misma, en primer lugar.
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Canek Sánchez Guevara
Diario sin motocicleta
Volumen uno: Europa (Francia, Italia, España y Portugal)
☛ Más info del libro en: www.pepitas.net/libro/diarios-sin-motocicleta

4 comentarios:

  1. En la vida, hay momentos inmisericordes que nos apremian a tomar decisiones. Momentos decisivos y tan perentorios que no admiten la saludable duda ni el humano titubeo. Son esas decisiones las que, más allá de nuestro bagaje teórico y de nuestras manifestaciones, reflejan nuestra coherencia, aún cuando nos equivoquemos, o acusan nuestra incoherencia. Concatenadas, acaso sean esas decisiones las que mejor puedan reflejar la cercanía o la distancia con que nos situamos respecto a la teoría y la praxis.

    Dice José Saramago:
    "Al contrario de lo que suelen preceptuar los diccionarios, incoherencia y contradicción no son sinónimos. Es en el interior de su propia coherencia donde una persona o un personaje se van contradiciendo, mientras que la incoherencia, por ser, más que la contradicción, una constante del comportamiento, repele de sí a la contradicción, la elimina, no se entiende viviendo con ella. Desde este punto de vista, aunque arriesgándonos a caer en las telas paralizadoras de la paradoja, no debería ser excluida la hipótesis de que la contradicción sea, al final, y precisamente, uno de los más coherentes contrarios de la incoherencia.”

    Fidel -¿quién puede dudarlo?- ha sido alguien importante, pero lo que sobre todo importa es el pueblo cubano. A él habría que preguntarle.

    Salud!

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  2. http://lasoli.cnt.cat/06/12/2016/temps-just-revolucio-ii-terror-caos-mon-irrespirable/

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  3. Interesante artículo, dejo este también de Santiago López Petit:

    http://espaienblanc.net/?cat=8&post=2169

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  4. Muy bueno el artículo de López Petit. Lo releeré más de una vez.

    Salut!

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