La obediencia a la autoridad sirve como chivo expiatorio al gobernado para justificar su conducta. La autoridad o el gobernante son la contra-figura en la que el gobernado puede descansar, sentirse inocente y dormir con la conciencia tranquila siendo un irresponsable.
La sociedad del espectáculo de la que tanto habló Guy Debord en sus escritos y películas se ha transformado en la sociedad de la opinión fomentada por los medios de comunicación de masas al servicio del Poder y por los avances tecnológicos como Internet mediante la explotación de la imagen y del discurso revolucionario por parte de la disidencia (unas veces coherente y otras no tanto). No obstante, la sociedad de la opinión es una escaparate para que los descontentos con el Sistema puedan expresarse y competir por la audiencia reproduciendo los mismos valores que dicen combatir y repudiar.
La postura revolucionaria libertaria es clara al respecto; ¿se puede organizar la sociedad sin Estado?
Si no se puede, el debate ya no tiene sentido, es como debatir sobre el sexo de los ángeles. Si aceptamos el Estado, aceptamos la autoridad y con ella todo lo que conlleva, leyes y normas justas e injustas que regularán el funcionamiento de la sociedad. Para bien y/o para mal la sociedad dependerá en lo esencial del Estado y sus especialistas. El Estado como institución coercitiva anula por lo tanto otras formas de organización social que no estén sometidas a sus competencias e iniciativas y que puedan ir en contra de los intereses de la clase dirigente. Se consagra el principio de autoridad basado en el imperio de la Ley y del ejercicio del abuso y las injusticias que provoca el Poder del Estado en todos los aspectos de la vida de los súbditos por el bien de la sociedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario