No puede haber lucha de clases donde no existen individuos. Las clases desaparecieron en el momento en el que el individuo acepto las reglas de juego impuestas por el sistema y se fundió en éste para convertirse en un engranaje más de la máquina sin conciencia de su ser, donde las piezas tienen que adaptarse (ajustarse) y competir unas con otras para alimentar y engrandecer el funcionamiento de la máquina que mutila y acaba destruyendo al individuo como ser autónomo y libre.
No se puede hablar ya de clase obrera y clase burguesa -como antaño- cuando éstas están fundidas con la máquina, y tienen que librar una guerra permanente (todos contra todos) como una masa uniforme en la que están mezcladas para consolidar y fortalecer el Estado.
Ya no hay división política sino división económica. Las clases desparecieron en favor de las masas que se reproducen y trabajan para el Capital.
El Capitalismo por muy democrático que sea siempre será Capitalismo.
La verdadera revolución sólo puede surgir del orden espiritual. El cambio de sistema (supuesto orden material) sin transformación individual está condenado al fracaso.
El grado de adaptación al sistema es directamente proporcional al grado de degradación.
La asociación del placer con la felicidad es la misma que la del sufrimiento con la tristreza. Dos sentimientos antagónicos que se retroalimentan y que se suceden según el estado de ánimo y las imágenes que dominan el pensamiento.
La sociedad de la compulsión y de la inmediatez se sumerge en su propia vorágine de consumismo y auto-destrucción que le impide ver las consecuencias de sus actos.
Los pobres deben desprenderse de sus imágenes para dejar en evidencia a los ricos, empezando por ejercer el poder sobre el más débil.
No hay competencia leal y/o competencia desleal en la sociedad capitalista, sólo dominación para obtener beneficios y poder a partir de la explotación del hombre por el hombre. La competencia nunca puede ser leal porque parte de posturas e intereses confrontados que derivan en violencia.
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