1. El parlamento es un pozo de esterilización y alambique de corrupción
permanente, es decir, el lugar de hacerla más pura, o sea, más corrupción sin paliativos.
2. El parlamento es el símbolo vivo de la formalidad de la democracia, que para
serlo, necesita partes, o sea partidos, acción de gobierno y oposición a la misma, lo
que quiere decir izquierda y derecha, a fin de constituir los módulos simétricos a
ambos lados del eje que conforma la unidad del sistema. Su ámbito es, pues, el lugar
de los partidos, y aquí las alternativas son políticas y, por ello, parciales.
3. Frente a ellos están los movimientos sociales, que, en cuanto significativos
de voluntad reivindicativa, constituyen el polo dialéctico, potencialmente anti-sistema,
respecto al cual representan una alternativa global.
4. La izquierda, pues, es una necesidad sociológica del Estado, y, en cuanto
tal, el destino de todas las «izquierdas» estatales o estatalistas es siempre el mismo:
hacer su papel de oposición, de contrabalanza equilibradora, hasta llegar al poder.
Una vez aquí, por definición, deja de ser izquierda y pasa a ser sustituida por otra
«izquierda», que seguirá exactamente el mismo proceso de la primera, es decir, dar
vueltas a la noria, para seguir manteniendo el sistema, que es, justamente eso, la noria.
5. Para que este proceso pueda reproducirse constantemente, es necesario
que «la izquierda» parlamentaria tienda a absorber y pretenda adueñarse de los
movimientos sociales, procediendo a la función típica del vampiro, a saber, chupar la
sangre de la que carece. Los movimientos sociales que sucumben a esta vampirización
pasan a constituir la nueva izquierda parlamentaria, con vocación de poder, por lo
tanto, con vocación de derecha.
6. Este proceso regenerativo-degenerativo es, en el orden político, lo que,
en el orden social de las clases, sucede con la acción de la burguesía sobre el proletariado.
Siendo una clase sometida a un proceso de desgaste degenerativo
continuo, en cuanto que, en ella, el tránsito de la actividad a la pasividad se produce
constantemente, la burguesía necesita sacar, y saca, permanentemente, de la clase
proletaria los elementos más activos que a su condición de activos unan la de
ambiciosos. Ellos pasan a constituir el polo activo de la burguesía con, a la larga,
vocación de pasividad, es decir, vocación de privilegiado disfrute de la vida. Se trata
de un proceso de vampirización permanente.
Todos aquellos que justifican su vocación «política» en base a un pretendido
realismo de orden económico, histórico, sociológico, etc., no podrán por menos de
reconocer, si su decisión «política« no les envenenó del todo la inteligencia, que
todas las afirmaciones hasta aquí expuestas, las 6 son esencia de experiencia histórica
pura y dura, y, por ello, no salidas de ningún falso utopismo que fuera exclusivo
producto de la imaginación. Estas afirmaciones, por lo tanto, socavan las bases del
ente político, poniendo en clara contradicción las pretensiones con la realidad, y
tienen ahora por misión poner en guardia a todos los militantes de la lucha social y
extraparlamentaria, a la vista de los intentos de unos y de otros de querer llevarlos,
con etiquetas izquierdistas, a los rediles parlamentarios. Con estos anteriores
desarrollos a fuer de máximas históricas, pretendemos aquí anunciarles, ya mismo,
cual será su destino.
Marx mantuvo su razón extraparlamentaria frente a Lasalle, hasta que, de la
mano de Engels, cayó en la trampa mortal de romper la I Internacional, y de preparar o
de hacer de la II una internacional política. Kautsky, combatiendo a Bernstein, el
revisionista, cae en su misma posición parlamentarista gradualista, lo que le vale ser
calificado por Lenin como «renegado». Lenin y Rosa Luxemburg denuncian, los dos,
la esterilidad del parlamentarismo socialdemocrático. Rosa capitanea una revolución
del pueblo y muere por el efecto de balas comandadas y dirigidas por la
socialdemocracia. Hoy se venera su memoria. Lenin, con su frase «¡nadie a mi
izquierda!» inaugura el régimen del poder totalitario. Hoy sus estatuas son derribadas
por los pueblos sometidos y traicionados por el ejército rojo. Las corrientes gauchistas
jugaron un importante papel en el 68 francés. Integrados en la política, hoy sus
componentes incrementan los ejércitos de yuppies instalados.
Y toda esta digresión y recordación viene a cuento ahora a propósito de la
reunión, en la segunda semana del diciembre último en Barcelona, de movimientos y
partidos que pretenden etiquetarse con el título de Izquierda Renovada o algo así, en
la que llegaron a conclusiones totalmente retrógradas, pues, cuando el sistema está
en una convulsa crisis de extinción, ellos pretenden ser su balón de oxígeno y
apuntalarlo, equivocando las mentes de los que buscarían, bien orientados, un orden
nuevo y una solución global, que no puede, por definición, haber en el actual sistema.
Está claro que no tienen natural fuerza y quieren adquirirla por el proceso de
vampirización antes descrito.
Quiénes son estas gentes lo sabemos, pero sobre cómo piensan producirse
lo descubre ya, in nuce, una frase que se les escapa, cuando, para exhibir garantía
de populismo dicen que «apoyarán a los sindicatos», y a continuación, como
frase delatora, añaden «y también a los Comités de Empresa». Lo primero es
ambiguo. En cambio, lo segundo es revelador. Los Comités de Empresa son una
creación franquista, y, ya en democracia, se impregnan de todos los elementos
negativos del parlamentarismo que asesina las asambleas. Acaban con el
protagonismo de los trabajadores, son ya, desde su creación, el máximo exponente
del sindicalismo burocrático, los brazos largos del capitalismo, cómplices de las
reconversiones que trajeron consigo la desertización industrial y reos del
monstruoso crimen del nivel de paro actual.
Se trata, por lo tanto, de vampirizar una vez más las asociaciones ampliadas,
a través de las cuales se desarrollaron siempre los partidos comunistas.
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