viernes, 31 de marzo de 2017

Ni intelectualismo ni estupidez.



En la lucha contra la dominación y la explotación, cada individuo necesita coger todo instrumento que pueda hacer suyo, toda arma que pueda usar autónomamente para atacar esta sociedad y recobrar su vida.
Por supuesto, los instrumentos que los individuos particulares pueden usar en este camino variarán dependiendo de sus circunstancias, deseos, capacidades y aspiraciones, pero considerando los obstáculos a los que nos enfrentamos, es ridículo rechazar un arma que pueda usarse sin comprometer la autonomía, basándose en concepciones ideológicas.
El desarrollo de la civilización en la que vivimos con sus instituciones de dominación está basado en la división del trabajo, el proceso por el cual las actividades necesarias para vivir son transformadas en roles especializados para la reproducción de la sociedad. Tal especialización sirve para socavar la autonomía y reforzar la autoridad porque le arrebata ciertos instrumentos -ciertos aspectos de un individuo completo- a la gran mayoría, y los coloca en las manos de unos pocos llamados expertos.
Una de las especializaciones más fundamentales es la que creó el rol del intelectual, el especialista en el uso de la inteligencia. Pero el intelectual no está definido tanto por la inteligencia como por la educación. En esta era de capitalismo industrial/alta tecnología, a la clase dominante le resulta de poca utilidad el pleno desarrollo y ejercicio de la inteligencia. En su lugar requiere la especialización, la separación del conocimiento en estrechos campos conectados sólo por su sometimiento a la lógica del orden dominante -la lógica del beneficio y el poder-. De esta forma, la “inteligencia” del intelectual es una inteligencia deformada y fragmentada con casi ninguna capacidad de hacer conexiones, entender relaciones o comprender (sin hablar de desafiar) totalidades.
La especialización que crea al intelectual es de hecho parte del proceso de estupefacción que el orden dominante impone a quienes son dominados. Para el intelectual, el conocimiento no es la capacidad cualitativa de entender, analizar y razonar sobre la propia experiencia o de hacer uso de los esfuerzos de otros para alcanzar tal comprensión.
El conocimiento de los intelectuales está completamente desconectado de la sabiduría, que es considerada un extraño anacronismo. Más bien, es la capacidad de recordar hechos inconexos, trozos de información, lo que ha llegado a ser visto como “conocimiento”. Sólo semejante degradación del concepto de inteligencia podría permitir a la gente hablar de la posibilidad de “inteligencia artificial” en relación a esas unidades de almacenamiento y examen continuo de información que llamamos ordenadores.
Si entendemos que el intelectualismo es la degradación de la inteligencia, entonces podemos reconocer que la lucha contra el intelectualismo no consiste en el rechazo a las capacidades de la mente, sino más bien en el rechazo a una especialización deformadora.
Históricamente, los movimientos radicales han proporcionado muchos ejemplos de esta lucha en la práctica. Renzo Novatore era el hijo de un campesino que solo asistió a la escuela seis meses. Sin embargo estudió las obras de Nietzsche, Stirner, Hegel, los antiguos filósofos, historiadores y poetas, todos los escritores anarquistas y aquellos que participaban en los diversos movimientos artísticos y literarios incipientes de su tiempo.
Fue participante activo en los debates anarquistas sobre teoría y práctica además de los debates en los movimientos artísticos radicales e hizo todo esto en el contexto de un intensa y activa práctica insurreccional. En un tono similar, Bartolemeo Vanzetti, que empezó trabajando como aprendiz en su temprana adolescencia a menudo durante largas horas, describe en su breve autobiografía cómo pasaba una buena parte de sus noches leyendo filosofía, historia, teoría radical, etc. con el fin de obtener estas herramientas que la clase dominante le negaría. Fue su afán por adquirir los instrumentos de la mente lo que le llevó a su perspectiva anarquista.
A finales del siglo 19 en Florida, los trabajadores fabricantes de cigarros obligaron a sus patronos a contratar lectores para leerles mientras trabajaban. Estos lectores leían las obras de Bakunin, Marx y otros teóricos radicales a los trabajadores, que discutían luego lo leído. Y a principios del siglo 20, vagabundos radicales y sus amigos establecerían “colegios vagabundos” donde una amplia variedad de oradores daba charlas sobre cuestiones sociales, filosofía, teoría y práctica revolucionaria, incluso ciencia e historia, y los vagabundos discutían sobre ello. En cada uno de estos casos vemos el rechazo de los explotados a dejar que les fueran arrebatados los instrumentos de la inteligencia. Y tal como lo veo, esta es precisamente la naturaleza de una lucha real contra el intelectualismo. No es una glorificación de la ignorancia, sino un rechazo desafiante a ser desposeído de la propia capacidad de aprender, pensar y comprender.
La degradación de la inteligencia que crea el intelectualismo se corresponde con una degradación de la capacidad de razonar que se manifiesta en el desarrollo del racionalismo. El racionalismo es la ideología que sostiene que el conocimiento sólo proviene de la razón.
De esta manera, la razón está separada de la experiencia, de la pasión y por tanto de la vida. La formulación teórica de esta separación se puede remontar a la filosofía de la Antigua Grecia. Ya en este antiguo imperio comercial, los filósofos proclamaban la necesidad de subyugar los deseos y pasiones a una razón fría y desapasionada. Por supuesto, esta fría razón promovía la moderación -en otras palabras, la aceptación de lo que existe-.
Desde ese momento (y probablemente mucho antes desde que hubo estados e imperios desarrollados en Persia, China e India cuando Grecia aún consistía en ciudades-estado enfrentadas), el racionalismo ha desempeñado un papel fundamental en reforzar la dominación. Desde el surgimiento del orden social capitalista, el proceso de se ha ido extendiendo a todas las sociedad por todo el globo. Es por tanto comprensible que algunos anarquistas lleguen a oponerse a la racionalidad.
Pero esta es una simple reacción. Al examinarla de cerca, queda claro que la racionalización impuesta por quienes tienen el poder es de un tipo específico. Es la racionalidad cuantitativa de la economía, la racionalidad de la identidad y la medición, la racionalidad que simultáneamente equipara y atomiza todas las cosas y seres, no reconociendo más relaciones que las del mercado. Y al igual que el intelectualismo es una deformación de la inteligencia, esta racionalidad cuantitativa es una deformación de la razón, porque es razón separada de la vida, una razón basada en la Reificación.
Mientras que quienes dominan imponen esta racionalidad deformada en las relaciones sociales, promueven la irracionalidad entre aquellos a quienes explotan. En los periódicos y revistas, en la televisión, en los videojuegos, en las películas… a través de los massmedia, podemos ver como la religión, la superstición, la creencia en lo indemostrable y la esperanza en, o el temor a, el llamado ser sobrenatural se imponen y el escepticismo es tratado como un rechazo frío y desapasionado de lo maravilloso. Beneficia a la clase dominante que aquellos a los que explota sean ignorantes, con una limitada y decreciente capacidad de comunicarse unos con otros sobre cualquier cosa significativa o de analizar su situación, las relaciones sociales en las que se encuentran y los acontecimientos que ocurren en el mundo.
El proceso de estupefacción afecta a la memoria, el lenguaje y la capacidad para entender las relaciones entre personas, cosas y acontecimientos en un nivel profundo, y este proceso penetra también en aquellas áreas consideradas intelectuales. La incapacidad de los teóricos post-modernos de comprender toda totalidad se puede ubicar fácilmente en esta deformación de la inteligencia.
No es suficiente oponerse a la racionalidad deformada impuesta por esta sociedad; debemos también oponernos a la estupefacción e irracionalidad impuestas por la clase dominante sobre el resto de nosotros. Esta lucha requiere la reapropiación de nuestra capacidad de pensar, de razonar, de analizar nuestras circunstancias y comunicar sus complejidades. También requiere que integremos esta capacidad en la totalidad de nuestras vidas, nuestras pasiones, nuestros deseos y nuestros sueños.
Los filósofos de la antigua Grecia mentían. Y los ideólogos que producen las ideas que mantienen la dominación y la explotación han continuado contando la misma mentira: que lo contrario a la inteligencia es la pasión. Esta mentira ha desempeñado un papel esencial en el mantenimiento de la dominación. Ha creado una inteligencia deformada que depende de la racionalidad económica, cuantitativa, y ha reducida la capacidad de la mayoría de los explotados y excluidos de entender su condición y luchar inteligentemente contra ella. Pero, de hecho, lo contrario a la pasión no es la inteligencia, sino la indiferencia, y lo contrario a la inteligencia no es la pasión, sino la estupidez.
Dado que quiero sinceramente acabar con toda dominación y explotación y empezar a abrir las posibilidades para crear un mundo donde no haya ni explotados ni explotadores, ni esclavos ni amos, elijo aprovechar toda mi inteligencia apasionadamente, usando toda arma mental -junto con las físicas- para atacar al presente orden social. No pido disculpas por esto, ni me dirigiré a aquellos que por pereza o por la concepción ideológica de los límites intelectuales de las clases explotadas rechazan usar su inteligencia. No es sólo un proyecto revolucionario lo que está en juego en esta lucha; es mi realización como individuo y la plenitud de la vida que deseo.
Willful Disobedience Vol. 2, No. 11.

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