viernes, 11 de septiembre de 2015

"Trabajar por dinero" Concha Sánchez Giráldez

Es difícil razonar, en medio de tanta consigna en pro del aumento de empleos en un país con un índice tan elevado de paro entre la población activa, acerca de qué supone el salariado para aquellos que no tienen ningún otro medio de subsistencia que el que le proporciona la venta de su fuerza de trabajo. Lo primero es hacer mención a que, precisamente, vender la fuerza de trabajo es obligatoriedad en un mundo hipermercantilizado para poder subsistir, esta obligatoriedad supone de partida una pérdida de libertad, lo que constituye por sí misma causa principal de repudio del salariado. 
La pérdida de libertad no termina ahí, sin embargo, sino que ahí comienza, pues la jornada, esto es el número de horas, de días, de meses, etc, que el trabajador/a dedicará a ello está determinado por quienes contratan, así como la remuneración que se fija, los periodos de descansos, etc.  Y, siempre siguiendo la consigna de quien paga manda, a qué realización de tareas será destinado el trabajador contratado, sobre cómo se distribuyen las tareas y el modo de efectuarlas, es prerrogativa del empleador.  
Así, pues, tenemos que el hecho de tener que optar por un empleo remunerado para obtener a cambio dinero imprescindible para la supervivencia arrastra toda una secuencia de actos en los que la libertad, la capacidad para tomar decisiones, es del todo anulada. Más anulado aún, más tedioso, y por tanto más embrutecedor, es el hecho del desempeño de tareas rutinarias, maquinales o robotizadas.


Las largas jornadas, además, sustraen tiempo para las otras necesidades básicas humanas, pues las que el salario remedia son sólo las necesidades básicas primordiales, materiales: alimentación, vestido, vivienda... ¿Pero qué hay de las otras necesidades básicas? relacionarnos entre nosotros: familia, amigos, en relaciones horizontales de convivencialidad genuina, y no en un mero "estar amontonados" como en los transportes públicos o los centros comerciales. ¿Qué hay de la vida del espíritu? ¿Acabada una larga jornada tenemos aliento para plantearnos hacer algo artístico, nos ocuparemos, quizá, en la meditación de un tema filosófico, nos embarcaremos en una lectura de tema científico, nos desempeñaremos en una partitura musical, nos vamos, acaso,  a dar un largo paseo por el campo o, derrumbándonos en el sofá, optaremos por la evasión más fácil, la de encender el televisor, donde, por cierto, encontraremos nuevas necesidades materiales y "emocionales" para abastecer y que supondrán la necesidad de un aumento de trabajo remunerado?
Que el trabajo remunerado hoy sea indispensable para la subsistencia ni lo hace benéfico ni lo hace deseable para quienes se ven en la obligación de desempeñarlo, otrosí para quienes emplean, para quienes están al timón del sistema, para quienes deciden cómo hemos de desempeñar nuestras vidas quienes no hemos nacido con el sello de clase o de fortuna, es decir, la inmensa mayoría -que somos dirigidos, esto es dominados- por la escueta minoría.
Se podrá oponer la objeción básica y principal, si no trabajamos los trabajadores, qué sería de "todo", cómo funcionaría el sistema, no se produciría, ni se abastecerían los mercados, el mundo ya no sería el mundo que conocemos. Y aquí viene la gran pregunta ¿queremos que el mundo siga siendo el que es? ¿Podrá seguir siéndolo por mucho tiempo? La crisis ecológica viene marcando el paso cada vez más estrecho a un futuro poco halagüeño, pero con ser primordial la recuperación de los ecosistemas en el planeta, y por sí mismo razón suficiente para detener la hiperproducción y el expolio de recursos naturales, hablábamos de no trabajar más por dinero y no nos queremos desviar del tema, dejamos apuntado el colapso ecológico y volveremos luego sobre él.
 
Bien, la abolición del salariado, de la esclavitud de hoy que perdura ya varios siglos, tiene que hacerse por que en sí misma es una aberración y que nos hayamos acostumbrado a ella no la hace benigna, es como si todos nos hubiéramos acostumbrado a hacer el amor por dinero y ya no existiera el amor por sí mismo, por don y deseo de entrega (adviértase la antonimia entre amor y dinero). Se nos dirá que entonces, si nadie trabaja, cómo serán satisfechas las necesidades básicas de la población. Es obvio que realizar tareas y trabajos para la subsistencia material será en todo caso una necesidad por ello hay que sustituir el salariado por un sistema cualitativamente diferente, donde no haya explotadores ni explotados, sino trabajadores libremente asociados que no persigan un salario sino el bien de la comunidad. Esto exige, obviamente, un cambio de mentalidad, que procurar la prosperidad material deje de estar “bien visto” y pase a ser un asunto vergonzoso, que trabajar por dinero sea tan antonímico como amar por dinero. Ello, es verdad, exigiría la supresión del capitalismo, no sólo el desmantelamiento de la industria y el casino de las finanzas sino de ese capitalismo tan poderosamente adherido a nuestras mentes que nos hace no desear otra cosa que extinguirnos en el hiperconsumo y la hiperexplotación -sea ésta de recursos o de personas-, por esa tarea primordial hay que comenzar, por cambiarnos a nosotros mismos, por autoconstruirnos una nueva medida de lo humano, que esa medida de lo humano venga de unos valores y una ética de la frugalidad frente a consumo, de la cooperación frente a la competitividad,  de la convivencialidad frente a la desintegración y atomización social, de la prevalencia de lo espiritual frente a lo material. ¿Imposible? Merece la pena intentarlo.  Sobre todo cuando los índices ecológicos nos dicen que el planeta no dará mucho más de sí de seguir por donde lo llevan los amos de ese mundo que, si bien colaboramos los asalariados y consumidores en construir, no es un mundo hecho a escala humana.
Dejemos, pues, de cooperar con quienes nos sojuzgan y cooperemos entre iguales, presentemos batalla contra quienes nos obligan al yugo del trabajo y nos venden el consumo como el terrón de azúcar a las bestias de carga. Desvistámonos de todas esas capas de necesidades que nos crea el sistema mediante su adoctrinamiento y digamos basta, y sobre todo, seamos capaces de constituirnos a nosotros mismos como individuos aún netamente humanos –reflexivos, creativos- y como seres decididamente sociables. Cuando las necesidades afectivas están resueltas la tentación del consumo es menor o incluso nulo, lo saben bien las industrias de la explotación que bien pagan a las de la conciencia para vendernos “emociones” prefabricadas por la publicidad. Lo saben bien las “administraciones” -esto es esa oligarquía de poder que constituyen los estados- para vendernos “bienestar” mediante el expolio de los impuestos, lo saben bien las agencias aseguradoras que, como la banca, siempre ganan. Aunque somos nosotros quienes debemos aceptar que la vida humana es incertidumbre y que ella sólo viene mitigada por los lazos afectivos, por el impulso creador, por los arraigos culturales entendidos como conocimiento de las generaciones antecedentes y por el deseo de transcender en las generaciones del porvenir. 

Fuente: http://pensandolalibertadhoy.blogspot.com.es/

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